Columna publicada en La Segunda, 01.08.2017

Desde que comenzó la aventura presidencial de Carolina Goic —una aventura que, recordémoslo, pretendía reivindicar y reposicionar la identidad de su partido—, tres hechos han remecido a la DC. Primero, un continuo tira y afloja entre Goic y sus huestes, con vistas a lograr un respaldo categórico que nunca llegó, y cuyo último episodio fue el insólito apoyo que sí consiguió Ricardo Rincón para repostular al Congreso (pese a sus antecedentes y a la enérgica oposición de Goic). Segundo, la aprobación del proyecto de aborto en el Senado con votos DC, incluido el  de Goic (pese a sus propias definiciones y congresos ideológicos en contra). Y tercero, la ratificación del consejo democristiano de un pacto electoral con el MAS y la IC (pese a la complacencia de éstos con el régimen que llevó a Venezuela al colapso).

Así las cosas, lo menos que puede decirse es que el propósito de reivindicar la identidad DC está lejos de materializarse. Pero ello no sorprende demasiado. Cualesquiera sean los méritos de Carolina Goic, ella, a diferencia de Mariana Aylwin, Jorge Burgos o Soledad Alvear, nunca estuvo incómoda con la Nueva Mayoría; de ahí que votara entusiasta sus reformas emblemáticas. En sus parlamentarios se observa similar tendencia: aunque hay excepciones — Patricio Walker, Iván Flores, Marcelo Chávez—, los diputados y senadores DC no se ven muy empeñados en marcar la diferencia.

En parte porque, la verdad sea dicha, nadie sabe bien en qué podría consistir tal empeño. Si la DC hoy tiene un proyecto que ofrecer al país (¿lo tiene?), no es claro qué lo distingue de la socialdemocracia. Es probable que ése sea su mayor drama: se mimetizó con sus aliados posdictadura al punto de olvidar su orientación fundamental. Revisando la historia corta —Aylwin, Krauss, Cumplido—, y más aún la larga —los orígenes falangistas, la motivación en las encíclicas sociales, la influencia de Maritain—, este partido anhelaba encarnar algo más, algo distinto. Como dijera Joaquín Fermandois al comentar una biografía de Frei Montalva, la generación del ex presidente, con sus luces y sombras, solía promover una política con hálito trascendente. Justo el tipo de inspiración que perdió el PDC, y que sus militantes genuinamente socialcristianos buscarán más temprano que tarde en otro lugar.

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