Columna publicada en La Tercera, 04.06.2017

El bufón de la corte siempre podía decir la verdad, porque no se le tomaba en serio. Esto lo salvaba del destino de muchos filósofos, que por decir la verdad en serio terminaban muertos. En este sentido, los bufones de nuestra transición democrática fueron los creadores del programa “Plan Z”, que en los 90 se atrevió a mostrar con genial humor negro las manchas del “jaguar”. Al lado de ellos, Yerko Puchento, nuestro bufón actual, palidece, pues su crítica es mucho menos elaborada y llena de lugares comunes e insultos. Comparándolos, y sabiendo que cada sociedad tiene el humor que merece, da la impresión de que viviéramos en una época más tonta y más grave.

De entre todas las genialidades del programa, se podrían escribir muchas columnas sobre “Esos locos pobres”, “Instituto Aplaplac” o “Mapuches millonarios”. Pero quisiera concentrarme, por esta vez, en estos últimos. ¿Por qué resultaba divertido imaginarse una sociedad donde lo mapuche constituía la alta cultura, y lo “criollo” aparecía como algo bajo y de mal gusto? Porque las cosas operaban justamente al revés. Era divertido imaginar mapuches millonarios, además, porque no existían. Porque todos sabíamos que ser mapuche era ser pobre y subalterno.

Pero, ¿por qué no existían mapuches millonarios? Todas las sociedades humanas han sido desiguales, y si uno revisaba la historia, los mapuche no fueron la excepción. Hubo, hasta fines del siglo XIX, mapuches millonarios. Grandes señores que dominaron económicamente a los dos lados de la cordillera. Pascual Coña, en sus memorias, nos da una idea de ellos ¿Por qué 100 años después hablar de “mapuches millonarios” era un chiste?

La respuesta se encuentra en el largo y racista proceso de invasión y ocupación de La Araucanía por el Estado de Chile, que se inicia con la intervención militar inmediatamente posterior a la Guerra del Pacífico llamada “pacificación” y culmina con el proceso de “reducciones” (amontonamiento de las familias mapuche en las peores tierras de la zona, mientras el Estado le entregaba las mejores a colonos europeos) de los años 20 del siglo XX. Toda una sociedad fue arrojada a lo más bajo de la estructura social. Desde entonces que no hay “mapuches millonarios” (los señores del trigo y los de las forestales no son, sabemos, de allá). Y en ese brutal acto, que afectó a los abuelos y bisabuelos de los mapuche de hoy, se encuentra el origen de la actual pobreza de la zona, que es, en combinación con la memoria herida que explica esa pobreza, caldo de cultivo para el etnonacionalismo, la insurgencia y el violentismo.

¿Se sigue de esto que hay que apoyar todas las reivindicaciones o justificar todos los actos que se hagan en nombre de los mapuche? ¿Que hay que idealizarlos como víctimas sagradas? No, por cierto. Esa es solo otra forma de no hacerse cargo del problema. Pero conocer y reconocer el origen de la situación vivida es la base para cualquier búsqueda de soluciones. Negar o minimizar esa historia, en cambio, es comenzar el diálogo sin entender de lo que se habla y escupiendo, por enésima vez, sobre un interlocutor ya humillado.

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