Columna publicada en La Tercera, 18.06.2017

Los debates presidenciales han mostrado una seria incapacidad por parte de los candidatos, y del pueblo al que se dirigen, para enfrentar de manera inteligente el problema de la violencia criminal. Las propuestas, en general, apuntan simplemente a aumentar la represión.

Todos los seres humanos somos, y siempre hemos sido, potencialmente peligrosos, en el sentido de violentos. Actualmente parecemos más pacíficos gracias a sofisticadas técnicas de auto-domesticación, pero la historia nos muestra lo leve que puede resultar esa pátina de civilización.

El violentismo, el terrorismo y la delincuencia violenta operan y se reproducen mediante la activación de la peligrosidad humana (en jerga antiterrorista se habla de “radicalización”). Entre lo más dañado o ingenuo de la sociedad reclutan sus agentes. Luego hacen el mal, y esperan que la respuesta violenta e indiscriminada de la sociedad frente a ese daño y esos crímenes opere como abono para cosechar más agentes. Los violentistas políticos, por ejemplo, llaman “acumulación” a la exposición de estudiantes ingenuos a la violencia policial, para sembrar en ellos el odio.

Las personas en situación pacífica, en general, no entienden la lógica de la violencia. Solo sienten miedo, uno de los grandes combustibles de la peligrosidad. Por eso, esperan que la represión y la contraviolencia en una escala mayor a la de los malhechores baste para detenerlos. Los motiva, además, la lógica sacrificial de la venganza: expulsar a la “parte maldita”, para purificar la sociedad. Y lo que no entienden es que responder a la violencia solo con violencia es funcional a los fines de los malhechores. Aumenta, mediante una escalada, la peligrosidad de los que ya son peligrosos, y estimula la de aquellos que todavía no se han vuelto peligrosos.

Neutralizar con éxito la peligrosidad humana y derrotar a sus instigadores, en cambio, exige comprender la lógica de la violencia y desactivar sus fuentes. Comprender qué hay de justo y de atractivo en las causas políticas que radicalizan a algunos, y ofrecer un camino pacífico de solución a esas demandas, aislando a los violentos. Exige estudiar, comprender y reparar la marginalidad y la miseria desde donde emergen los delincuentes violentos: mirar de cerca, por ejemplo, el Sename y la cárcel (donde cerca del 50% de los reclusos pasó antes por el Sename). E intervenir esas realidades pensando no en violentarlos de vuelta, sino en prevenir, curar y desactivar su peligrosidad. Ejerciendo la violencia, en los casos que sea necesario para establecer un límite, de manera selectiva, desapasionada y eficiente.

Solo si entendemos la lógica de la violencia humana sin moralizarla, sometiendo nuestros miedos y pasiones vengativas a la fría razón, podremos llevar adelante como sociedad una efectiva “batalla contra la delincuencia”, acabar con la violencia en La Araucanía y acometer otros desafíos futuros. La pura indignación moral, el deseo de venganza sacrificial y la pretensión de detener la violencia con más violencia solo nos llevará, en cambio, por el camino contrario.

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