Columna publicada en La Segunda, 25.04.2017

¿Una sola derecha? En una entrevista publicada en estas mismas páginas, a propósito de los 27 años de Libertad y Desarrollo, Carlos Cáceres afirmó categóricamente que “la derecha es una sola”. Su alegato no es del todo gratuito, pues es efectivo que “reconocer el ejercicio de la responsabilidad individual” divide las aguas con cierta izquierda. Sin embargo, Cáceres pierde de vista fenómenos muy significativos.

Por de pronto, conviene advertir la pluralidad de perspectivas y tradiciones que, ayer y hoy, han existido del centro hacia la derecha. Dicha pluralidad ha sido descrita por Hugo Herrera en múltiples columnas de opinión, y también en el libro “La derecha en la crisis del Bicentenario” (UDP, 2015). Desde luego, su clasificación  entre liberales cristianos y laicos, socialcristianos y nacional populares es sólo una entre varias posibles; pero la distinción no surge de la nada. Sin ir más lejos, la responsabilidad personal admite diversas concepciones, que remiten a ese tipo de corrientes. Y algo semejante sucede con otros conceptos que suelen asociarse al sector, tales como “libertad”, “orden” y “nación”.

Esa pluralidad se expresa en discusiones de fondo —como el modo en que se comprenden y valoran la subsidiariedad, la solidaridad o nuestros niveles de desigualdad—, pero también en la política formal. Al interior de los partidos tradicionales y, sobre todo, en partidos y movimientos emergentes (Evópoli, Republicanos, Socialcristianos por Chile y Construye Sociedad, entre otros) se observa un cuadro más bien heterogéneo. Similar diversidad, además, sugiere el panorama presidencial de Chile Vamos. Sin duda Sebastián Piñera es el mejor posicionado, pero —guste o no— ahí están Felipe Kast, Manuel José Ossandón y José Antonio Kast. En un sentido relevante, sus candidaturas responden a diferencias en el  plano de las ideas y proyectos políticos que buscan encarnar, y parte importante del éxito y proyección que consigan de‐ penderá, precisamente, de su desempeño en ese ámbito.

Si a lo anterior añadimos el desacuerdo en torno a la historia reciente —transversal a las corrientes señaladas—, y la tensión —también transversal— entre quienes favorecen un sano reformismo y aquellos sectores más reacios al cambio político y social, la conclusión es inequívoca. El planteamiento de Cáceres, por desgracia, resulta demasiado simplista.

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