Columna publicada en T13.cl, 02.02.2016

La mayor temperatura registrada en la historia de Chile se dio la semana pasada en la comuna de Quillón, donde los termómetros marcaron 44,9°. Ello, en medio de sucesivas olas de calor que han afectado la zona centro-sur de Chile, y que ha traído muchos máximos históricos a una zona ya afectada por una fuerte sequía que se arrastra por varios años. Y ha sido en este contexto ambiental inédito y extremo que se han desatado incendios forestales de una magnitud también inédita y extrema.

Lo sorpresivo de la situación, sin embargo, no son los incendios. Era previsible un escenario de violentos incendios forestales, dado que ya se sabía que este sería un verano seco y caluroso. También porque hemos tenido incendios forestales por estas fechas durante los últimos 5 años. Tampoco son sorpresa los pirómanos, que siempre han existido, ni las conductas de riesgo, como tirar colillas por la ventana del auto, desmalezar con fuego o dejar mal apagadas las fogatas, que probablemente están en el origen de varios de los focos. Lo realmente sorpresivo ha sido la reacción de la sociedad frente a este fenómeno. 

Primero, porque a pesar de saber que las condiciones ambientales serían de alto riesgo, no nos preparamos adecuadamente. Nuestras instituciones, equipos y procedimientos se han mostrado obsoletos en lo que se refiere a este tipo de catástrofes. Tampoco se realizaron obras de limpieza, despeje y cortafuegos antes de que llegara el verano. La imprevisión, la improvisación y falta de preparación han jugado un rol central en lo que ha ocurrido.

Segundo, por la inadecuada reacción del gobierno, que parece haber esperado a que la situación se volviera grave para darle la prioridad necesaria. Y eso, cuando se trata de incendios forestales, es muy poco inteligente. Además, se ha evitado todo lo posible, porfiadamente y por razones ideológicas, poner las zonas afectadas bajo control militar, lo que evitaría la histeria colectiva y daría tranquilidad a las personas y orden al combate del fuego. Cualquier plan futuro sobre el control de incendios forestales debería partir por la idea de que la prevención y la respuesta temprana son algo importantísimo, y que los militares son un activo cuya contribución no debe ser evitada por motivos políticos.

La sociedad civil, por su parte, ha mostrado los puntos más altos y los más bajos en el contexto de la catástrofe. La sociedad civil organizada, como el caso de bomberos, ha mostrado una capacidad de respuesta y sacrificio ejemplar, a la que se han sumado miles de personas no sólo en el combate del fuego, sino también aportando mucho de lo necesario para cubrir las necesidades básicas de las víctimas y de los combatientes. Muchas empresas y empresarios, por lo demás, se han sumado a esta disposición y han aportado de diferentes maneras, incluyendo al popular “Super Tanker”. La solidaridad frente a la adversidad y la capacidad de hacer sacrificios y darle prioridad a quienes más lo necesitan, tal como en muchas otras catástrofes, ha estado presente y debería ser un motivo de orgullo para todos los habitantes del país. Y ha sido curiosa, por lo mismo, la incapacidad del gobierno de incorporar en su propio discurso y práctica este elemento.

Una de las iniciativas que debería ponerse en carpeta para aprovechar esta gran capacidad de la sociedad civil, es la organización de un “Servicio Nacional Ciudadano”, cuya estructura de funcionamiento podría fácilmente inspirarse en la institución inglesa que lleva ese mismo nombre, que permita que jóvenes de diversos orígenes aporten su trabajo a causas sociales relevantes, como sería, en nuestro caso, la construcción de cortafuegos y el despeje y limpieza de zonas de riesgo en el periodo previo al verano. Esto permite, además, instruirlos sobre cómo evitar conductas de riesgo, además de conocer y preservar el medio ambiente. Algo similar podría hacerse con los reclusos del país, que pueden ser un gran aporte en los esfuerzos preventivos de octubre-noviembre, además de capacitarse ahí para futuros trabajos. La participación en estas labores tendría que ser promovida como una oportunidad y un premio, y no como trabajos forzados, y seguir la estructura de un programa de voluntariado.

En cuanto al punto bajo, bajísimo, de la sociedad civil, éste lo han aportado los “conspirómanos” de redes sociales movidos por los chismes, tal como los pirómanos por el fuego. Y los medios de comunicación que han hecho eco de las estupideces y teorías conspirativas racistas, xenofóbicas, antiempresa o políticamente mal intencionadas que sólo aumentan el miedo de las víctimas y buscan propagar el resentimiento y el odio. Han sido decenas las pruebas falsas que han circulado por los medios, y miles las personas -de todo nivel educacional- dispuestas a creer lo primero que confirme sus prejuicios. Dos ejemplos claros son el rumor de que los incendios en Vichuquén habría sido iniciado por “dos mapuches y un colombiano” -que luego fue desmentido por fiscalía- o por las propias forestales para cobrar seguros y acogerse a una ley de estímulo forestal (el DL 701 de 1974) que entre 1998 y el 2012 sólo aplicó a las pequeñas propiedades, para luego dejar de existir.

El mal de la posverdad y las falsas noticias, debemos tenerlo claro, será uno de los grandes problemas que enfrentaremos este siglo y en las próximas emergencias que vendrán. Y hacerle frente exige mayor rigurosidad en los medios de comunicación, mayor responsabilidad individual al momento de evaluar la información que compartimos, y un mayor compromiso público por parte de los expertos, que deben tratar de cumplir una labor muy valiosa explicando, acotando y ordenando el debate público cuando se interna en sus ámbitos de conocimiento. La ausencia de extensión universitaria en los asuntos que la sociedad considera relevantes es muy dañina, y termina devaluando el conocimiento experto y facilitando la proliferación de la pseudociencia y las teorías conspirativas. Por otro lado, debe evitarse considerar dañinas per se a las redes sociales, pues ellas han sido también un gran aporte como medio de difusión de información relevante y coordinación oportuna. Como en muchos otros ámbitos, el problema nace de los antisociales que abusan y dañan bienes y espacios públicos, y no de la existencia de estos, que en general es beneficiosa.

También el sistema político, que opera como una caja de resonancia de la opinión pública, ha buscado migajas de provecho en medio del fuego y, en algunos casos, ha tendido a acoplarse con las teorías conspirativas y las falsas informaciones, lo que es muy decepcionante. Las catástrofes deberían ser un factor de unidad nacional, y no de disputas pequeñas, lo que no significa no hacer las críticas oportunas y pertinentes.

Finalmente, hay que destacar que un elemento que ha sido poco atendido a lo largo de la emergencia es el de los efectos psicológicos que este tipo de sucesos generan en las personas, no sólo a nivel individual, sino colectivo. Evitar la histeria colectiva, dar tranquilidad a las personas mediante acciones concretas e información oportuna y reconducir esa energía hacia labores útiles es algo por lo que la autoridad debería velar con especial atención. La histeria colectiva es un fenómeno muy peligroso, que conduce a la búsqueda de chivos expiatorios, como el caso de un padre y un hijo que intentaron ser linchados en Vichuquén sin prueba alguna, y también fenómenos de sugestión que aumentan la desinformación y el pánico. La presencia de autoridades in situ, finalmente, también parece contribuir a aplacar este tipo de problemas, y no debe ser despreciada como mero populismo, sino evaluada en la dimensión de la contención emocional. El control militar, como ya dijimos, puede cumplir también un rol muy importante en esto (tal como quedó demostrado luego del terremoto del 2010).

Una vez que se logre controlar el fuego hay que pensar de manera generosa, y aprovechando la mayor cantidad de recursos disponibles -lo que incluye a las fuerzas armadas y a la sociedad civil organizada, además de los equipos de combate de fuego que podamos arrendar en el hemisferio norte por la temporada-, un sistema de prevención, respuesta rápida y combate efectivo del fuego. Y también revisar nuestros protocolos frente a las catástrofes en general. Porque este no será el último verano en que nos visitarán las llamas, y el reloj para el inicio de nuevos incendios comenzará a correr apenas hayamos apagado los actuales. Y porque además de incendios forestales y solidaridad humana, nuestra tierra es pródiga en terremotos, tsunamis, aluviones y erupciones volcánicas.

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