Columna publicada en T13.cl, 11.01.2017

El turismo se convirtió el 2016 en el cuarto sector más importante de nuestra economía, y uno de los que más creció en medio del estancamiento general. Uno de cada diez chilenos trabaja en él, el número de viajeros nacionales e internacionales crece rápidamente, más destinos toman fuerza, las temporadas se extienden, y cada vez nos enteramos de más vuelos directos hacia nuestro país desde todas partes del mundo.

La realidad de habernos convertido en un país turístico nos impone grandes desafíos. Nuestro patrimonio natural y cultural es simplemente impresionante, y tenemos muchas ventajas comparativas en términos de seguridad y acceso a servicios respecto a otros países latinoamericanos. Pero no tenemos una cultura de servicio a la altura de lo que necesitamos, no hemos potenciado el multilingüismo necesario, ni tampoco hay mucha preocupación por la sustentabilidad y el resguardo de lo que hay. Tampoco se ha potenciado la especialización técnica en las áreas afines. Es claramente necesario darle una mayor prioridad al sector y tomárselo más en serio.

Pero no quiero hablar sobre eso aquí. Me interesa, en cambio, la importancia política del turismo.

A diferencia de otras áreas de la economía, nuestro capital turístico se encuentra distribuido a lo largo de todo el territorio, no es una industria extractiva, absorve mucha mano de obra, es fácil emprender en ella y uno de los pilares de su desarrollo es la sustentabilidad ambiental. Además, el desarrollo turístico exige una revaloración y puesta en valor de lo local, mezclada con mejoras en infraestructura, integración local y conectividad.

Estas características hacen que el desarrollo de la industria turística nacional pueda ser considerado no sólo como una oportunidad económica, sino como una oportunidad política para la descentralización del país.

Toda descentralización política requiere una base material para ser efectiva. Y no basta con que Santiago “mande más recursos” a las regiones. O que las deje elegir intendentes con atributos de cartón. Es mucho más importante que las regiones puedan pararse sobre sus propios pies, ofrecer opciones laborales y de vida competitivas, convertirse en espacios de emprendimiento e innovación, e interconectarse mejor entre sí y con el mundo. Y si todo esto se puede lograr protegiendo el medio ambiente y potenciando la identidad local, parece de una miopía absurda no convertirlo en una prioridad estratégica.

Es bueno tener en cuenta, entonces, que hablar del desarrollo turístico de Chile es, al mismo tiempo, hablar de la posibilidad de su descentralización política sobre una base sustentable.

Ver columna en T13.cl