Columna publicada en Pulso, 03.10.2016

No cabe duda de que el embarazo juvenil es una realidad que debería abordarse en el debate público. Ser padre o madre antes de los 19 años es, la mayoría de las veces, un impedimento para los estudios, una fuente de pobreza y de inestabilidad que resulta difícil de afrontar.

Chile, aunque posee un buen índice a nivel regional, todavía tiene mucho camino por recorrer, pues en nuestro país nacen cada año más de 30 mil niños de madres adolescentes. Por eso, los esfuerzos destinados a entregar más y mejor educación sexual deben ser celebrados por distintos sectores, y tiene razón la alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá, al señalar que los jóvenes tienen inquietudes que necesitan una respuesta. ¿Por qué, entonces, el libro “100 preguntas sobre sexualidad adolescente”, publicado por la Municipalidad de Santiago, ha resultado tan polémico?

Podría haber tres respuestas a esa pregunta, las cuales, por supuesto, no son excluyentes. En primer lugar, porque la publicación hecha por la administración de Tohá no cumple su objetivo de dar una visión integral de la sexualidad. La crítica que han esgrimido distintos políticos-acerca de la “cosificación” de lo sexual- es totalmente acertada. En vez de integrar la dimensión erótica del hombre en un marco más amplio de afectos y compromisos, desde la primera pregunta el libro intenta abordar puramente la “mecánica” del asunto, como si se tratara de un manual para echar a andar la máquina. Así, el libro comienza describiendo las zonas erógenas, los genitales, sus tamaños o sus cambios físicos en la adolescencia, en vez de proponer un marco interpretativo donde la sexualidad pudiera comprenderse como una herramienta de encuentro con otro. Y esa preocupación no es pura pacatería: si miramos con escepticismo el triunfo de ciertas premisas individualistas de nuestra sociedad, debería llamarnos la atención. Recién llegando a la mitad del libro se integran, aunque sólo superficialmente, dimensiones de otro orden, como lo son el respeto, la comunicación y la confianza como fundamentos de la vida sexual de las personas.

En segundo lugar, la publicación tampoco considera la educación como un proceso donde participan diversos actores con visiones distintas y legítimas sobre el asunto. Las preguntas seleccionadas escasamente invitan a una reflexión a largo plazo, donde estén involucrados los padres de esos adolescentes o donde se pueda dar cabida a otras perspectivas acerca de la afectividad humana.

¿Acaso hay un amplio consenso en torno a temas polémicos, como que la edad de iniciación sexual no es importante o que la orientación sexual debe definirse de acuerdo con lo que las personas estimen cómodo? ¿Acaso no hay otros puntos de vista acerca de la teoría de género, o de que puede haber “mujeres con vagina y mujeres con pene, como así también hay hombres con pene y hombres con vagina” (p. 56)? ¿Es neutral la escisión que se realiza entre el sexo y la paternidad, y el enorme énfasis que se le da a la anticoncepción?

Si realmente se quisiera aportar a un proceso formativo y educativo, probablemente los temas deberían abordarse con preguntas que promuevan mayor reflexión, en vez de promover secreciones masculinas como crema facial.

Por último, porque un pretendido afán de neutralidad del proceso de selección de preguntas y redacción del documento lleva a que el libro sea totalmente acrítico con realidades que podrían someterse a un mínimo comentario. ¿Acaso la iniciación sexual de una niña de seis u ocho años sólo se vuelve problemática en caso de embarazo? ¿No habría otros elementos a considerar en dichas situaciones, como estar en presencia de un abuso flagrante? Por otro lado, ¿el único problema de la pornografía sería su “falta de espontaneidad”? ¿O podría considerarse que la industrialización y cosificación de la dimensión sexual de la persona -y especialmente de la mujer- tendría ciertos puntos ciegos, como lo demuestran los múltiples debates que hay al respecto?

En términos generales, las deficiencias del libro se deben a su incapacidad para cuestionar una visión individualista de la sexualidad y para plantear la pregunta por el sentido que ella tiene en la vida humana. En la misma elaboración del libro ha estado ausente la reflexión crítica, pues, queriendo reflejar de manera literal las inquietudes de los adolescentes, no se ha realizado ninguna mediación. Como ha dicho Sebastián Peña, uno de los médicos participantes, las preguntas fueron recogidas tal como las enunciaron los jóvenes. ¿No hay, acaso, una responsabilidad de conducir las inquietudes para promover un real proceso educativo?

Más allá del revuelo generado, es de esperar que los próximos esfuerzos para educar a la población juvenil en materia de educación sexual contengan un mayor y mejor ejercicio de crítica y mediación. Si los mismos expertos renuncian a darles cauce a las inquietudes y a promover una discusión que amplíe los horizontes dentro de los cuales se comprende hoy la sexualidad, es poco lo que se puede esperar.

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