Columna publicada en La Tercera, 07.09.2016

Desde el 2011 nuestra elite política no se ha dedicado a otra cosa que a adular a la clase media, pero sin tratar de entenderla. La Nueva Mayoría sólo la observa cuando marcha por las calles. La derecha, en tanto, gusta de ella exclusivamente cuando transita por los malls. Así, cada sector de la elite se entrega a su propia fantasía, sin importarle lo que ocurra en la realidad. Encuesta tras encuesta, derecha e izquierda seleccionan sólo las respuestas que llevan agua a su propio molino. Por eso, a nadie puede extrañarle que en ambos casos se plantee una oposición radical entre ciudadanía y consumo, y que el abuso de drogas ideológicas duras, como el estatismo constructivista y el anarco-capitalismo, haya cundido entre dichos sectores dirigentes.

Lo idiota de todo esto es que el fenómeno que enfrentamos -la importante transformación ocurrida en nuestra estructura social- es justamente el surgimiento de una amplia y frágil clase media al alero del mercado, que desde ahí clama por el aseguramiento (no necesariamente estatal) de ciertos bienes públicos, pero también, y principalmente, por su reconocimiento como agentes políticos, como ciudadanos. Luego, tratar de escindir a este nuevo sujeto entre la pura ciudadanía y el puro consumo es exactamente no hacerse cargo del fenómeno. Y la cosa empeora si además se mira con desprecio cualquiera de estas dos dimensiones para destacar sólo una de ellas, pues en ese acto se está despreciando la mitad de la biografía y de la existencia de esas personas. Ejemplos de esta actitud paternalista sobran, entre ellos la brutal frase del ministro Nicolás Eyzaguirre que describía a quienes mandaban a sus hijos a colegios particulares subvencionados con nombre inglés como unos arribistas ridículos. O Axel Kaiser alegando que el problema previsional no es que las pensiones sean bajas, sino que “la gente no tiene idea de lo que está criticando”. En ambos casos, lo que se plantea es “si no están de acuerdo conmigo, están alienados”.

Para peor, en la medida que se acerquen las elecciones presidenciales es muy probable que la adulación mezclada con desprecio vaya subiendo de tono, ya que muchos políticos piensan que “hacerse cargo” de la nueva clase media es ofrecerle cosas, pero no invitarla a asumir responsabilidades. Es decir, asistirla sin desafiarla, sin convocarla, y sin, por tanto, reconocerle ciudadanía ni agencia política. Y es que resulta muy distinto convocar a la clase media a ser parte de la solución de los problemas que enfrenta el país, a tratarlos como menesterosos que requieren asistencia prioritaria, dejando de lado a los débiles que más la necesitan, entre los cuales sólo algunos pertenecen a dicha clase.

Ese fue el error que, de hecho, cometieron Bachelet y la Nueva Mayoría al adular a los estudiantes y anclar su gobierno a la gratuidad universitaria universal, cerrando los ojos, y manteniéndolos bien cerrados, frente a la realidad brutal y claramente prioritaria que viven miles de ancianos y niños, así como las 38 mil familias amontonadas en campamentos. Y ya vemos cómo les fue.

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