Columna publicada en La Tercera, 17.08.2016

Si algo ha quedado claro tras la discusión sobre el futuro de la Nueva Mayoría es que las coaliciones políticas exitosas deben construirse sobre algo más que simple oportunismo. Los problemas del gobierno guardan relación con este tipo de carencias: Michelle Bachelet impuso un programa a sus socios sin preguntarles su opinión, y éstos -ansiosos por regresar al poder- aceptaron sin chistar. El resultado es un conglomerado frágil, al que nadie entró por los motivos correctos. Se abre así una pregunta muy seria sobre el futuro del oficialismo: más allá de la buena voluntad, cuesta ver cómo podrían converger las distintas visiones que allí conviven. Terminar con las ambigüedades en este plano sería un acto mínimo de honestidad política, que permitiría a los ciudadanos elegir con las cartas sobre la mesa.

Ahora bien, por más graves que sean los problemas del oficialismo, nadie en la derecha debería sacar cuentas alegres. Aunque se mueven en un nivel distinto, la oposición enfrenta dificultades análogas. De hecho, Chile Vamos no ha sido capaz siquiera de esbozar una alternativa política al proyecto de izquierda (por lo mismo, no es de extrañar que la oposición efectiva al gobierno sea interna). ¿Quién podría enunciar aquello que une a la derecha, aquello que la inspira para volver a gobernar? ¿Dónde están las propuestas, los equipos programáticos y el proyecto? ¿Vale la pena volver al Ejecutivo para repetir los errores y la falta de discurso? ¿Hay alguien dispuesto a pensar no sólo en candidaturas y mover a la oposición del inexplicable marasmo en el que parece abducida hace ya tantos años?

Con todo, hay una (peregrina) tesis detrás de esta actitud. Para algunos, el propio desgaste del gobierno es suficiente para asegurarle a la oposición un triunfo en la próxima presidencial. Recordemos que el 2009 la derecha ya jugó esta carta, cuando Sebastián Piñera se conformó apostando al desgaste del adversario. Eso permitió el triunfo, pero tuvo efectos políticos desastrosos: sin herramientas conceptuales para comprender un país que había cambiado, la actual oposición terminó entregándole el poder a una izquierda radicalizada. Guste o no, el resultado político del gobierno fue un debilitamiento estructural de la derecha, cuyas consecuencias aún están a la vista (y eso explica que buena parte del sector mire hoy a Lagos con ojos enamorados). Dado que las mismas causas suelen producir los mismos efectos, un nuevo gobierno de derecha sin conducción política puede terminar igual (o peor).

Si a esto le sumamos la grave crisis de confianza ligada al financiamiento irregular de la política, y la ausencia de una respuesta de peso del sector frente a ese problema (de hecho, su principal candidato sigue sin explicar las triangulaciones de dinero en su campaña anterior), tenemos un escenario más bien oscuro, que ninguna campaña de marketing podrá disimular. Si la derecha no toma nota del escenario configurado por todos estos fenómenos, se condena a repetir el mismo libreto: para gobernar un país como el Chile de hoy, se requiere algo más que ganar una elección.

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