Columna publicada en La Tercera, 24.08.2016

José Piñera dijo que nuestro sistema de pensiones es como un Mercedes. Y quizás el problema es que tiene razón: en una sociedad altamente desigual, los costos de mantenimiento de un auto de lujo son impagables para la mayoría de las personas. Por eso es que, en general, optamos por otro tipo de autos, más baratos, que pagan menos patente, con repuestos de menor precio y con mejor rendimiento de kilómetros por litro. Lo que a José Piñera se le escapa en su análisis, entonces, es la condición de escasez de recursos destinables al ahorro (“la bencina”) en la cual viven millones de chilenos. Los mismos que luego salen a la calle básicamente a denunciar que, sin haber sido flojos ni negligentes durante su vida, no pueden vivir con las pensiones que están obteniendo. Podemos llamar, entonces, “paradoja de Pepe” a una situación en la cual la desigualdad de condiciones, que cierto liberalismo considera irrelevante, dificulta la operación de un sistema liberal que en otras condiciones funcionaría.

Es verdad, por otro lado, que casi nadie entiende cómo funciona el sistema de pensiones. Esto facilita que charlatanes, como Luis Mesina (que es a la crisis previsional lo que “Héctor Kol” fue a la crisis de Chiloé), ganen prensa con propuestas delirantes y adjudicándose la conducción del movimiento. Pero esto no borra el hecho indiscutible de que son demasiadas las personas cuyas pensiones no les permiten llegar a fin de mes. Así, que existiera un conocimiento popular detallado del sistema podría hacer más razonable el debate público, pero no terminaría con las protestas: nadie compra remedios y comida gracias a entender mejor por qué no puede pagarlos.

Lo que la situación exige, entonces, son reformas que mejoren ahora mismo las pensiones, pero sin generar un sistema insustentable que quiebre a la vuelta de la esquina. Y también cambios operativos de cara a una ciudadanía mucho más exigente y con mayores expectativas de transparencia y participación. El sistema resultante debe ganar en legitimidad al mismo tiempo que en resultados. Y sólo en esa medida podrá exigir más a los afiliados.

Ahora bien, de entre las propuestas orientadas a mejorar las pensiones actuales que han salido al ruedo, quizás una de las más interesantes es la que plantea distinguir entre la tercera edad (desde alrededor de los 65 años) y la cuarta edad (desde alrededor de los 85), introduciendo un sistema de reparto o análogo para este último segmento. Así, el período de tiempo en el cual dependeríamos de nuestros propios ahorros se acotaría notablemente, aumentando también automáticamente el monto mensual percibido. Y lo único que quedaría por discutir sería el origen de los recursos para mantener a las personas que lleguen a la cuarta edad. Esta reforma implicaría,  al mismo tiempo, reconocer los cambios ocurridos en el ciclo vital debido a la extensión de la vida (algo que urge hacer también en el mercado laboral) y concentrar los recursos en quienes más lo necesitan. Es decir, sería un paso, en medio del ruido, en la dirección correcta.

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