Columna publicada en El Líbero, 12.07.2016

En su libro “Vivir juntos: economía, política y ética de lo comunitario y de lo colectivo” el economista Óscar Landerretche intenta redefinir la idea de “proletarización” a partir de la idea de “alienación”, presente en los escritos tempranos de Marx rescatados ampliamente por Erich Fromm, cuya perspectiva influye bastante en el autor.

Landerretche caracteriza esta nueva proletarización como “la imposibilidad de sostener comunidades que hagan viable, promuevan, cultiven y protejan comportamientos cooperativos (…) que posibiliten transacciones que de otro modo deben ser sostenidas por rígidas y costosas estructuras institucionales o que, en muchos casos, dejarán de ser viables por requerir dicha infraestructura”.

Sin ese entramado comunitario, nos dice, los trabajadores se ven reducidos a “individuos para los que la proletarización es el ostracismo, la soledad y el aislamiento”. Y remata afirmando que “desde mi punto de vista, hoy vemos proletarios (…) haciendo girar furiosamente la rueda del hámster, satisfaciéndose con sus velocidades y consolándose con los cansancios de la tarde”.

Algo no muy distinto a lo que, al otro lado del atlántico, ha denunciado el filósofo Byung-Chul Han, quien en libros como “La Sociedad del Cansancio” o el recién traducido “Topología de la violencia”, describe una sociedad donde las personas se auto-explotan y violentan hasta agotarse (burnout), persiguiendo ideales de realización individualistas en medio de un mundo donde las comunidades de sentido se han disuelto. En nuestra época, nos dice, “el trabajo se presenta en forma de libertad y autorealización. Me (auto)exploto, pero creo que me realizo. En ese momento no aparece la sensación de alienación. De esta manera, el primer estadio del síndrome burnout (agotamiento) es la euforia. Entusiasmado, me vuelco en el trabajo hasta caer rendido. Me realizo hasta morir. Me optimizo hasta morir. Me exploto a mí mismo hasta quebrarme”.

Pero estos autores, por supuesto, no son los primeros en advertir con temor las posibles consecuencias que el desarrollo capitalista podía tener en la vida de las comunidades y de los trabajadores. En el caso chileno, de hecho, la lista es bastante larga, e incluye a personas que van desde Alberto Hurtado hasta Clotario Blest, pasando por una serie de políticos e intelectuales de todas las tendencias.

Sin embargo, no son muchos los empresarios que destacan en ese listado. Mucho menos los que, teniendo esa preocupación, hayan decidido tratar de plasmarla en sus empresas, en sus escritos y en su legado. Uno de ellos es Carlos Vial Espantoso, autor de los “Cuadernos de la realidad nacional” y creador de la fundación que lleva su nombre y que, además de organizar escuelas sindicales y promover la seguridad en el trabajo, entrega todos los años un premio a las empresas que “construyen relaciones laborales participativas, basadas en el respeto y la transparencia, impactando positivamente en la sustentabilidad y productividad de la compañía, el desarrollo integral de sus trabajadores y el progreso del país”.

Este premio, en el que tuve la suerte de ser jurado y que este fue ganado por la empresa AES GENER, es una especie de eco del pasado que trae una advertencia a los empresarios del presente: hay que cuidar el vínculo con los trabajadores y mantener vivo el sentido de la empresa como un lugar donde se despliega una comunidad humana, no un centro de faenamiento de “capital humano”. De lo contrario, se estarán destruyendo las bases sociales mismas sobre las que se sostiene el crecimiento económico y la operación de los mercados.

Fomentar una organización obrera de buen nivel, repensar las rutinas y espacios laborales y evaluar constantemente el tipo de vínculo que se está construyendo con los trabajadores es algo que todas las empresas deberían tener como meta. En ello se juega, en buena medida, la confianza y la legitimidad política de la empresa: aquello que es capaz de mantenerla en pie hasta en los momentos más difíciles.

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