Columna publicada en Pulso, 06.06.2016

El actual debate constitucional busca, en palabras de algunos, hacer de nuestra carta magna una “casa de todos”. Sin embargo, la desconfianza o la poca claridad de los procedimientos hacen difícil que los procesos en curso no terminen siendo una maraña demasiado enredada. Lo peor es que, como vamos, lo más probable es que ni siquiera se genere un lenguaje compartido entre los diversos actores del panorama político, que hace un buen rato arrastran más desencuentros que acuerdos. Sin duda, para que la discusión sea fructífera se necesita de un liderazgo propiamente político que, si no fuera capaz de construir la ansiada casa común, al menos logre sentar a todos en una misma mesa.

No es extraño que en este panorama aparezcan continuamente los nostálgicos de la transición, pues miran los años 90 como una época donde pudimos, como país, establecer consensos que trajeron grandes ventajas. Si a eso se suma la reciente muerte de Patricio Aylwin, nuestro último santo cívico, más todavía se comprende esa añoranza. No obstante, el panorama cambió: nos guste o no, ya no es posible hacer política como si estuviéramos en los 90. Y eso exige pensar el nuevo escenario y las nuevas respuestas que él necesita. Esa es la tarea que se toma muy en serio el último libro de Daniel Mansuy, “Nos fuimos quedando en silencio. La agonía del Chile de la transición”, que acabamos de publicar desde el IES.

El libro intenta explicar el malestar que atraviesa nuestra vida política, y para ello vuelve los ojos sobre la historia reciente de Chile. Logra ponderar los hechos, sin la crítica a rajatabla tan común el día de hoy. En vez del exabrupto y la pachotada propia de quien critica el pasado como si fuera fútbol, Mansuy sopesa, describe y explica los hechos e ideas que condujeron a nuestra actual situación. Narra sobre todo cómo una coalición que se consideró la más exitosa de nuestra historia republicana terminó siendo víctima de la ilegitimidad cuando, el 2011, el entramado institucional de los últimos 20 años fue puesto en duda.

La tesis es arriesgada, y señala que la Concertación, conducida intelectualmente por Edgardo Boeninger, aceptó mucho más que las reglas del juego de Pinochet: aceptó el modelo económico e institucional de una democracia protegida, de una política hecha por las élites. Aceptó, en el fondo, el espíritu de la dictadura, pero sin poder ni querer reconocerlo.

Esa continuidad de la Concertación llevó aparejado un creciente silencio de los políticos, cierta complacencia con el sistema que habría impedido ser demasiado críticos con el escenario, pues eso aumentaba, a su vez, el riesgo de dejar en evidencia su comodidad. Se generó, de ese modo, una discordancia entre los hechos y los discursos de la Concertación, lo que llevó a disputas célebres, como aquella entre autoflagelantes y autocomplacientes. En ese proceso, la política, entendida como la capacidad de articular discursos, de establecer prioridades y de conducir cierta épica compartida, fue relegándose a un segundo plano.

Luego de los agitadosaños 90, de a poco la izquierda fue acostumbrándose a administrar el aparato público en un escenario con reglas especiales que ya no le era tan incómodo; la derecha, a su vez, no tuvo la necesidad de crear nuevos discursos que conectaran con la ciudadanía. La política se fue callando paulatinamente, sin advertir que un país no puede conducirse sin un relato común o, al menos, un lenguaje compartido. Por eso, una de las muchas virtudes del libro de Mansuy es que no se queda solo en la descripción histórica de la transición o en la descripción sociológica del malestar, sino que también propone una rehabilitación de lo político, que permita una mejor orientación en un escenario que está bastante desdibujado.

Todo indica que el diagnóstico de “Nos fuimos quedando en silencio…” es enormemente relevante en la actual crisis. Aboga, sobre todo, por rehabilitar un lenguaje que se fundamente en códigos compartidos: sin un trabajo de articulación intelectual donde los conceptos de democracia, subsidiariedad o dignidad aludan a realidades comprensibles, proyectos que busquen partir de cero son estériles o peligrosos, pues se asientan más que nada sobre buenas intenciones.

La sutil mirada al pasado que entrega el libro de Mansuy permitirá -es de esperar- otorgarle un contexto al actual malestar, que dé lugar a soluciones más ponderadas a los problemas de legitimidad que atraviesan a la política. En vez de refundar nuestra sociedad a partir de una tabula rasa, nos vemos obligados a ofrecer soluciones que le tomen el peso a nuestra historia.

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