Columna publicada en La Tercera, 08.06.2016

Uno de los rasgos más llamativos del actual gobierno es su infinita imaginación para multiplicar sus propios problemas. La mera enumeración puede ser fatigosa: mal manejo político, querellas contra un medio, innumerables divisiones internas, groseras fallas técnicas en el diseño de las reformas, popularidad en picada y, como si todo esto fuera poco, negativos índices económicos. Este cuadro general sería más que suficiente para tener a cualquier administración contra las cuerdas; y, de hecho, por bastante menos el mandato de Sebastián Piñera estuvo en el suelo. Sin embargo, con la actual administración ocurre algo distinto. Es como si todos esos problemas (hojarascas, diría Ricardo I) apenas la rozaran. El fenómeno es extraño, y digno de atención: el Ejecutivo posee una fortaleza que le permite conservar la dirección más allá de las turbulencias.

Aunque el fenómeno tiene algo de enigmático, hay factores que pueden ayudar a explicarlo. Por de pronto, está la voluntad férrea de la Presidenta, que no ceja en su empeño de mantener el timón bien inclinado hacia la izquierda. Por otro lado, es cierto que en todos los países existe una izquierda que aspira a transformar la realidad. Sin embargo, suele tener al lado a una socialdemocracia asumida como tal, y también una derecha con proyecto político. El problema del cuadro nacional no reside tanto en la fortaleza de la izquierda de viejo cuño (después de todo, no es pecado tener un horizonte), sino más bien en la debilidad que afecta a quienes no comparten ese proyecto.

Aunque esta debilidad responde a múltiples causas, quizás la más relevante tiene que ver con lo siguiente: ni la derecha ni quienes pretenden ocupar el centro político saben muy bien qué es la sociedad civil, y carecen por tanto de herramientas conceptuales para protegerla de las amenazas que se ciernen sobre ella. En efecto, la mayoría de las veces la sociedad civil es defendida por motivos económicos (como si se correspondiera exactamente con el mercado) o por motivos electorales (“hay que interpretar a la clase media”). Sin embargo, la sociedad civil excede necesariamente esas dimensiones, pues tiene que ver con todas las manifestaciones de la sociabilidad humana. Aquí entran las condiciones de trabajo, la familia, la educación, la ciudad, y así. La reciente crisis del Sename puede ayudarnos a comprender esto. A pesar de que sabemos que este servicio enfrenta enormes dificultades, poco se dice sobre sus causas profundas: ¿por qué en Chile hay tantos niños abandonados? ¿Qué condiciones ofrecemos para una vida familiar medianamente sana, sabiendo que cualquier solución que venga del Estado será necesariamente torpe? Este tipo de cuestiones no ocupa un lugar relevante entre nuestras prioridades, porque las categorías dominantes no permiten siquiera percibir la naturaleza del problema. Mientras la oposición (tanto interna como externa a la Nueva Mayoría) no asuma estos desafíos, la izquierda más radical seguirá teniendo la cancha disponible para configurar la discusión. Y los resultados están a la vista.

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