Columna publicada en La Tercera, 18.05.2016

Uno. El comercio ambulante y de feria es el colchón informal de la economía formal. Cuando las cosas van mal, es el recurso que le queda a las familias para subsistir. Luego, utilizar la fuerza pública para reprimirlo es una pésima idea. Su regulación, más que las molestas patentes y permisos, debería consistir principalmente en darle un espacio adecuado para desplegarse. Da vergüenza ver a carabineros llevándose detenidas a personas que comercian en la calle para poner pan en sus mesas. Por lo demás, el comercio ambulante genera bienes públicos valiosos (¿qué me dicen del jugo de naranja recién exprimido y la marraqueta crujiente con palta cada mañana en el Metro?) y debe ser un elemento estratégico en la promoción de la “sociedad de emprendedores” tan cacareada por los economistas, los políticos y los empresarios. Este razonamiento se extiende a Uber, Cabify, Airbnb y todas las formas económicas que permiten emprender con poco. Encaucemos esa energía, especialmente ahora que la situación económica es mala y no parece estar en el interés del gobierno hacer algo al respecto.

Dos. En el mismo espíritu de promover el ánimo comercial que todas las encuestas muestran que goza de buena salud entre los chilenos, creo que es importante considerar de nuevo una política de “zona franca” para Chiloé. El año 2012 se propuso instalar una en Ancud, la zona más empobrecida y donde hoy las movilizaciones se han vuelto más radicales, pero el gobierno presionó en contra de la medida, que terminó derrotada. Pedir que el Estado no haga las cosas más difíciles de lo que son en una zona aislada del país es muy razonable, va en contra de una lógica clientelista, y promueve la descentralización. Además, si se gana la batalla por liberar el cabotaje, tendremos un escenario excelente para la prosperidad de la isla. Finalmente, si es efectivo, como señala la mayor parte de la comunidad científica, que los efectos del calentamiento global han llegado para quedarse, es necesario pensar en medidas que hagan más fácil la siempre difícil adaptación a un nuevo escenario ambiental y económico. Y no, el puente no parece ser una de ellas.

Tres. No se puede decir cada vez que haya una crisis en regiones que la culpa es del “presidencialismo”. De hecho, este tipo de régimen, al darle amplias atribuciones al Ejecutivo para dirigir la agenda y utilizar recursos, es particularmente apto para lidiar con crisis y catástrofes (algo muy adecuado a Chile). Así, en teoría, debería ser mucho más fácil enfrentar problemas como el de Chiloé. “El Federalista” es claro en hacer este punto, y su lógica ha sido rescatada hoy por profesores como Posner y Vermeule. Todo sistema político tiene ventajas y desventajas, pero no es una máquina. Exige que sus ventajas sean maximizadas y sus desventajas neutralizadas todo lo posible por quienes administran dicho sistema. No podemos culpar al presidencialismo por el mal ejercicio del poder. Gobernar es un arte y hay que tener dedos para el piano. Si el pianista es malo, no podemos culpar al piano por no ser una guitarra.

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