Columna publicada en La Segunda, 17.05.2016

En lo referido a los llamados intelectuales públicos, la encuesta realizada por Feedback y La Segunda deja lecciones muy interesantes. La primera de ellas guarda relación con lo siguiente: aquellos intelectuales reconocidos como influyentes son, más allá de las particularidades de cada cual, personas que se han dedicado profesionalmente a la discusión pública. El debate actual tiene códigos y complejidades que exigen un trabajo constante y de largo plazo, y quienes tienen éxito parecen ser muy conscientes de ello. Dicho de otro modo, la influencia sólo es fruto de un esfuerzo de largo alcance, que no admite improvisaciones. Podemos estar de acuerdo o no con sus tesis, pero el caso de Carlos Peña es revelador: si el rector de la Universidad Diego Portales se ha consolidado como el más influyente es porque su trabajo ha sido sistemático y persistente.

Una segunda lección viene a confirmar algo que ya sabíamos: en este ámbito, la izquierda posee una cómoda superioridad sobre la derecha. En rigor, y aun sabiendo que todo encasillamiento es un poco reductor, entre los quince intelectuales más influyentes hay unos diez que se ubican claramente en la izquierda o centro izquierda, mientras que la derecha sólo cuenta con cuatro. Guste o no, ese cuadro parece ser un buen reflejo de nuestro debate. En efecto, aunque la derecha tiene voces interesantes, la izquierda posee una masa crítica que le asegura cierto dominio. Esto no puede sino plantear un signo de interrogación bastante significativo sobre el futuro de la oposición. A fin de cuentas, la política es una actividad que pierde sentido si no está conectada con sus fundamentos intelectuales, y la izquierda no se pierde en eso. Por lo mismo, posee una densa articulación interna que le permite llenar bien todos los niveles (desde luego, también tiene en su seno diferencias cada vez más visibles, y eso puede transformarse en un problema mayúsculo). No es de extrañar entonces que la derecha suela estar en posición defensiva, pues buena parte de ella piensa que bastan la improvisación y el acomodo cotidiano. Este fenómeno se seguirá reproduciendo mientras el sector no se tome en serio la tarea de reflexionar.

Por último, cabe agregar que la lista de los quince más influyentes es un buen retrato de la diversidad que ha ido adquiriendo nuestra discusión. Allí están desde las posiciones libertarias de Axel Kaiser hasta las profecías de Alberto Mayol, pasando por la moderación de Brünner y de Zapata. Dicha diversidad es signo de cierta ebullición: nuestro futuro está abierto, y hay teorías para todos los gustos. Desde luego, esto tiene sus dificultades, pero prueba que nuestras diferencias contienen una dimensión ideológica que no tenían hace diez o veinte años. La consecuencia obvia es que los debates intelectuales que se aproximan serán decisivos a la hora de configurar el país del siglo XXI. Quien no entienda la importancia crucial de este punto ha entendido poco del nuevo país que emerge.

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