Columna publicada en La Tercera, 04.05.2016

Los pobres ya no están de moda. Hablar hoy de pobreza en Chile es de facho o de cura buena onda. La clase media es la nueva reina del baile y sus parientes pobres son… sus parientes pobres. Universidad gratis, ciclovías, mujeres en los directorios, nueva constitución y Uber “encienden las redes”. Y las redes mandan: ellas han reemplazado la pega de terreno del periodista y del político. La pobreza es demasiado pobre. Podemos toparnos con ella cuando adquiere forma de portonazo o de niña muerta en manos del Estado, pero no dedicarle mucho tiempo. Nos ofende la miseria, pero no nos conmueve. Recordarla, a estas alturas, nos “microagrede”. Frustra a una generación que no sabe de frustraciones y que cree que es un derecho no experimentarlas (gente que considera “violento” ver a niños discapacitados en pantalla durante la Teletón). Büchi habrá escapado en persona a Suiza, pero nosotros estamos mentalmente allá hace rato.

El grupo punk Dead Kennedys ironizaba en 1980 con la idea de borrar a los pobres usando una bomba de neutrones, mientras izquierda y derecha celebrabran una fiesta. Nosotros no usamos bombas pero conseguimos algo parecido. Los hicimos invisibles amontonándolos en sus propias comunas perdidas, atravesadas por super-carreteras para pasar a toda velocidad por encima de ellos.

Los pobres y los excluidos son los fantasmas de esta nueva democracia ciudadana, higiénica, bienpensante y supremacista moral. Son su mala conciencia: el corazón delator en nuestro subsuelo. Hicimos senames, sernames, cárceles y tribunales dedicados a administrar sus miserias. Donamos con progresista vértigo moral nuestro vuelto en los “neoliberales” supermercados para fundaciones que lidiaban con esa “África nuestra”.  Pero “Chile cambió” y ellos ya no caben. No queremos darles ni el vuelto. No les dejaremos ni las monedas de peso. Y ahora que lo público es lo estatal, tampoco dejaremos que esas fundaciones existan peligrosamente “al margen del Estado”, aunque el Estado no exista en muchas poblaciones donde esas fundaciones trabajan. Que los administre mejor alguna burocracia con sigla financiada con impuestos. Pero baratita. Cuando ocurran tragedias tipo Sename, nos daremos con una piedra en el pecho. Y luego nada de nada. La irrelevancia de los pobres parece ser el primer consenso de la democracia post-consensos.

Sin embargo, no hay por qué allanarse a este escenario. Eso es lo que ha tratado de comunicar la fundación Techo para Chile con su última campaña. Y a ello se orienta, en el plano de las ideas, el nuevo libro del Instituto de Estudios de la Sociedad “Los invisibles: por qué la pobreza y la exclusión social dejaron de ser prioridad”. Catalina Siles, la editora, inaugura el libro con una frase de Raymond Aron que originalmente criticaba la imprudencia de los revolucionarios, pero que hoy apunta perfectamente a la imprudencia de los egoístas de todos los partidos: “A nosotros, a quienes la miseria de los hombres no nos impide vivir, que por lo menos no nos impida pensar”.

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