Columna publicada en La Segunda, 16.03.2016

La visita del ex Presidente polaco y premio Nobel de la Paz, Lech Walęsa, nos ayuda a recordar cuán binarios se han vuelto nuestros debates. Basta confrontar su mensaje, centrado en la solidaridad y la sociedad civil, con las posturas y categorías que a ratos predominan en nuestra discusión pública. Mientras algunos, como Fernando Atria y buena parte del oficialismo, abogan por derechos sociales garantizados universal e igualitariamente por el Estado; otros, como Axel Kaiser y ciertos sectores de la derecha, pretenden que aquél se limite ―independiente de las circunstancias— a la administración de justicia y las más elementales funciones de policía.

Ninguna de esas aproximaciones hace justicia a la realidad del país. Cuatro de cada diez chilenos todavía viven en indigencia, pobreza o vulnerabilidad social (alta inseguridad económica y probabilidad de volver a caer en pobreza). Negar que el Estado deba priorizar sus esfuerzos resulta tan insensato como reducir su papel al viejo anhelo del laissez faire. Aquí emerge, precisamente, la actualidad del mensaje de Walęsa. ¿Por qué no pensar en un Estado solidario, orientado a proteger y promover la vitalidad de la sociedad civil?

Un Estado de esa índole ―coherente con la idea original de subsidiariedad― tendería a inhibirse en determinadas circunstancias, y a entregar activa ayuda en otras; pero siempre impulsando el despliegue y plenitud de personas y comunidades. Así, en materia de bienestar social su criterio rector sería la satisfacción de necesidades básicas, sin por ello dejar de potenciar la dignidad y la iniciativa de cada ciudadano. Ello podría traducirse, por ejemplo, en una nueva comprensión del paradigma de la focalización. ¿Por qué no avanzar, entonces, hacia una focalización corregida que, en todas las esferas de acción relevantes, tienda a apoyar al 40% más necesitado?

Los ámbitos de la política social son múltiples, y no es imposible vislumbrar dificultades técnicas y políticas de cara a esa orientación. Pero esa realidad no debiera llevarnos a descartarla a priori, sino más bien a profundizarla y delinearla con tanta claridad como se pueda. Urge encontrar alternativas a los enfoques binarios y reduccionistas, los mismos que la visita y el mensaje de Walęsa nos invitan a cuestionar.

Ver columna en La Segunda