Columna publicada en El Líbero, 02.02.2016

Michelle Bachelet está ad portas de comenzar su tercer año de gobierno. Hasta ahora (¿habrá que decirlo?) no ha sido fácil su vuelta a La Moneda y ―Caval mediante― todo indica que las dificultades están lejos de terminar. Sin embargo, el receso veraniego ofrece una buena oportunidad a la Presidenta ―y a Uriarte, Güell y compañía― para meditar sobre la situación actual del país, del gobierno y de su coalición. Asumiendo que ello es posible, y que no necesariamente cada día tiene que ser peor, me atrevo a sugerir tres ejes de reflexión que podrían resultar provechosos para el oficialismo.

El primero versa sobre el lugar que ocupa la DC. Abundan ejemplos que conducen a pensar que una parte importante de la coalición gobernante sencillamente se aburrió del partido de la flecha roja. Esto no es trivial: la “unión social y política del pueblo” puede tener mucho de mito, pero es imprescindible preguntarse qué futuro tiene en Chile un frente (más o menos amplio) de izquierda sin sus principales socios de las últimas décadas. En rigor, la historia de la Concertación, comenzado por el triunfo del “No”, no se entiende sin los herederos de Frei Montalva. Sin duda el conflicto comienza al interior de la propia Falange ―algunos de sus militantes bien podrían fichar en el PPD o el PRO―, y desde luego es absurdo plantear que la Nueva Mayoría es lo mismo que la UP; pero también es ingenuo creer que ella está libre de polvo y paja en el surgimiento de esa caricatura. ¿Qué van a hacer al respecto el gobierno y su coalición?

El segundo punto guarda estrecha relación con lo anterior, y consiste en la nula capacidad de procesar diferencias internas que exhibe el pacto gobernante. El fenómeno llama la atención, entre otras razones, porque una de las ideas en que se apoyaba el bullado programa era precisamente la necesidad de rehabilitar la agencia política. Si eso expresaba un propósito sincero; si, digamos, era más que una simple cuña, sería conveniente que el oficialismo comenzara a predicar con el ejemplo: más vale tarde que nunca. Por lo demás, la falta de espíritu republicano no ha sido inocua ni para el gobierno ni para el país. Si las decisiones se adoptan una y otra vez en forma absolutamente unilateral, si no hay diálogo ni interlocución de ninguna especie, ¿puede sorprender la aparición de grupos comoprogresismoconprogreso.cl? Si puertas adentro se es incapaz de deliberar y alcanzar acuerdos, ¿es posible esperar algo demasiado distinto a la retórica de la retroexcavadora al discutir con los adversarios?

Por último, una cuestión más de fondo, pero que pareciera influir en todo lo dicho: si el gobierno realmente aspira, como muchas veces ha señalado, a luchar contra el individualismo y fortalecer el espíritu de comunidad, bien podría reparar en cuán (in)consistente resulta con ese anhelo la apología de la autonomía individual. De la Presidenta hacia abajo, esto suele observarse en los principales líderes oficialistas cada vez que hablan de ciertos temas, los que ―vaya paradoja― en muchos sentidos impactan en el cuidado y la protección de los más débiles. Esto no deja de ser curioso: al mismo tiempo que se critica sin ambages al neoliberalismo, se propone una especie de capitalismo ético, muy tosco y dudoso. ¿Cómo se explica tamaña incongruencia?

No es imposible pensar que tendríamos un mejor 2016 y una mejor política si quienes conducen los destinos de Chile se detuvieran siquiera un momento a reflexionar en estos asuntos. De seguro ello no acabaría con nuestras diferencias, pero quizás ese solo ejercicio nos ayudaría a canalizarlas mejor. Y viendo cómo han sido los últimos años, eso ya parece bastante.

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