Columna publicada en La Tercera, 13.01.2016

La historia, parece que dijo Mark Twain, no se repite pero rima. Y rima, supongo, porque las pulsiones y visiones políticas y los conflictos que se generan a partir de ellas son parecidos. Así sucede con el golpe brutal recibido desde el Gobierno por el ministro del Interior, Jorge Burgos, y el intento de rematarlo comunicacionalmente por parte de Camila Vallejo, además de la carta de históricos DC criticando al Gobierno. De hecho, cualquiera que estudie las relaciones entre el PS, el PC y la DC antes de la anomalía que fue la dictadura -momento en el cual la DC y la Iglesia se volvieron una especie de refugio para el resto de la izquierda, lo que las benefició en los primeros años del retorno a la democracia- juzgaría que las cosas están simplemente volviendo a su cauce, retornando con ellas lo no resuelto.

Si uno lee el libro del historiador Luis Vitale Esencia y apariencia de la Democracia Cristiana (1963) se encontrará con dos cosas interesantes: una, que concluye que la DC es la “última tabla de salvación del agonizante sistema capitalista”, y, por tanto, el “principal enemigo dentro del movimiento popular y también en el plano de la política nacional”. Por eso debía ser atacada con toda la fuerza posible. Lo segundo es que el prólogo del libro está escrito por el insigne socialista Clodomiro Almeyda, quien festeja las conclusiones del autor y llama a poner manos a la obra.

El choque frontal, deseado por la mayor parte de la izquierda, se producirá durante el gobierno de Allende. Lo inmediato del conflicto queda en evidencia en el discurso que Renán Fuentealba, senador DC, realiza a nombre de su partido el 28 de septiembre de 1971. Ahí acusa al Gobierno, al PC y al PS de “empeñarse en destruir a la Democracia Cristiana”, de buscar dividirla y de tener “relativo éxito en lograr que algunos militantes se alejen de sus filas y vayan hacia la Unidad Popular”. La razón ideológica detrás de esta persecución, plantea Fuentealba, no es otra que la intolerancia al pluralismo por parte de la izquierda gobernante. El desenlace de esta historia, en tanto, se puede leer en Empezar de nuevo (1972), de Claudio Orrego; Crónica de un fracaso (1973), de José Musalem; y De la vía chilena a la vía insurreccional (1974), de Genaro Arriagada.

La Nueva Mayoría, por supuesto, no es la UP. Bachelet no es Allende. Jorge Pizarro (¿hay que decirlo?) no es Patricio Aylwin. Y esto no es la Guerra Fría. Pero el conflicto que está emergiendo entre la DC y el Gobierno no es un mero choque de maniobras políticas. Hay placas doctrinarias que se están encontrando. La crítica del texto “Progresismo sin progreso” a la pretensión de la Nueva Mayoría de extender a cualquier costo el rol del Estado es, en el fondo, una crítica a la incapacidad de la nueva intelectualidad de izquierda para pensar dentro de un marco de pluralismo institucional. Y el ataque contra el ministro del Interior no refleja, quizás, otra cosa que una correlativa incapacidad para gobernar en un marco de pluralismo político. Lo que no es poco.

Ver columna en La Tercera