Columna publicada en La Tercera, 06.01.2016

Más allá de las formalidades, es difícil negar que el enfrentamiento entre la Presidenta y su Jefe de gabinete fue de una violencia inusitada. Y fue violento por varios motivos, que guardan relación con ese curioso engendro que es la Nueva Mayoría: en ella, a falta de deliberación común,se van imponiendo poco a poco la rudeza, los golpes de fuerza y el puro factum.

Desde luego, el primer acto violento provino de la propia Mandataria. Al ocultarle deliberadamente información relevante a su ministro puso de manifiesto, una vez más, que los verdaderos circuitos de poder no pasan por el gabinete. Para ella, los secretarios de Estado son un elemento decorativo: el poder reside allí donde está su confianza personal (por eso son cortesanos más que otra cosa), y la confianza política (esencial en democracia) simplemente no existe. Por lo mismo, Ana Lya Uriarte ocupa aquí la posición del chivo expiatorio; y si ella ha asumido amplias cuotas de poder, es porque alguien se lo ha permitido.

Con todo, la respuesta del Ministro no fue menos violenta, por más que tenga cierta justificación. Al presionar públicamente con una eventual renuncia, puso en la balanza todo el peso de su sector: una salida de Burgos implicaba una ruptura brutal de Michelle Bachelet con la Concertación. Pero, no contento con eso, el Ministro se dio el lujo de corregirla públicamente (“esto no se puede volver a repetir”), tratando de asentar su nueva -y frágil- posición, al tiempo que la dejaba en un estado subalterno (¿desde cuándo los ministros retan y corrigen a los presidentes?). La situación es un poco imposible, pero la mandataria tuvo que tragarse esa píldora.

¿Qué lecciones podemos sacar de todo este episodio? La primera es la confirmación de algo que ya suponíamos: la Nueva Mayoría es una hija bastarda de la Concertación. En rigor, no es una coalición política, sino una rara mixtura de diversas sensibilidades unidas en torno a un personalismo. La DC podrá quejarse todo lo que quiera, pero nadie obligó a la Falange a ingresar a un colectivo que nunca ha reflexionado seriamente sobre su pasado ni sobre su futuro. En el origen de la Nueva Mayoría, hay poco más que el ardiente deseo de volver al poder, y el camino más directo para eso se llamaba Michelle Bachelet. Si se quiere, esto explica la limitada influencia de la DC: aceptó entrar a la fiesta, y ahora no quiere pagar los costos.

Una segunda lección tiene que ver con el explosivo modo que tiene la Presidenta de ejercer el poder, que vuelve muy visibles los defectos de nuestro hiperpresidencialismo: está tan convencida de que no tiene deudas con nadie, que no puede ocultar su desprecio por los partidos. En otras palabras, cree que no necesita intermediación política, cuestión que la deja (muy) cerca del populismo. Por supuesto, la pregunta es cómo reaccionará Burgos, a larga, frente a este manoseo constante. ¿Está dispuesto un tipo de su experiencia a seguir siendo humillado? Sabemos que Belisario Velasco renunció por mucho menos, y que Edmundo Pérez Yoma no le pidió permiso a nadie para asumir plenamente sus funciones. Es posible que, sin quererlo ni buscarlo, la respuesta definitiva de Burgos marque el rumbo definitivo del segundo mandato de Michelle Bachelet.

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