Columna publicada en La Tercera, 16.12.2015

¿Qué es el conservadurismo? En Chile se da por descontado que es algo malo. Así, tildar a alguien de “conservador” equivale a descalificarlo. La razón no es difícil de explicar: lo que en Chile tradicionalmente se puede identificar como “conservadurismo” está muchas veces empapado de un sentir reaccionario, clasista y anti-moderno, descrito por Unamuno como un “maridaje de la mentalidad de cuartel con la de la sacristía”,arribado a Chile desde España. Es decir, una posición condenada a ser pose y no postura, pues rechaza los términos básicos del debate.

Pero el conservadurismo no tiene por qué ser una pose para personas enojadas con la modernidad. Es decir, no tiene por qué ser lo mismo ser conservador que ser reaccionario. De hecho, el conservadurismo puede ser un camino a través de esa modernidad con el potencial de volverse  atractivo en los tiempos que corren. Y me gustaría explicar por qué.

Edmund Burke y Thomas Paine sostuvieron en su momento un debate respecto de los derechos del hombre. Burke, básicamente, defendió que no existían hombres en abstracto, aislados de todo contexto, ajenos a una tradición que los ligara a los muertos y a los que están por nacer. Y que, por lo tanto, un derecho para ellos resultaba un absurdo. Paine, por su parte, defendía el universalismo y la búsqueda de la autonomía total entre una generación y otra, rechazando la tiranía del pasado sobre el presente. Esta segunda postura tuvo más éxito que la de Burke. Sin embargo, las consecuencias de tratar de producir hombres radicalmente autónomos (“hombres a secas, sin determinativos, liberados de todo anclaje y extraídos de toda comunidad”), nos dice Alain Finkielkraut en “La ingratitud”, terminaron por darle la razón a Burke. Y es que si el temor a la dominación del pasado hacía parecer razonable cortar todas las amarras, la pérdida de sentido en un mundo de hombres desvinculados y el intento de arrancar hacia adelante por la historia terminaron por engendrar el totalitarismo, primero, y nuestro ingrato hedonismo, después.

Pero el problema no acaba ahí, porque tal como advierte Daniel Innerarity en “El futuro y sus enemigos”, dicho ingrato hedonismo, preocupado sólo por el presente, al final realiza justamente la pesadilla de Paine: la subyugación y la explotación de las generaciones futuras, a quienes progresivamente amenazamos con despojar de bienes fundamentales para la existencia humana, y a quienes dejamos mochilas cada vez más pesadas, convirtiendo el futuro “en un basurero del presente”.

Así, en momentos en que la prédica socialista y la liberal se disputan la provisión de las necesidades presentes del yo hedonista haciendo porras al Estado o al mercado; mientras la crisis medioambiental golpea al mundo amenazando con dejar bajo el agua a varios de nuestros descendientes, una alternativa conservadora reflexiva, anclada en nociones de justicia intergeneracional, sustentabilidad y conciencia ecológica, bien podría tener una oportunidad en la tierra. Una oportunidad para emancipar al mundo de la idea de que el hombre es pura autonomía emancipada.

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