Columna publicada en El Líbero, 20.10.2015

El libro de Daniel Mahoney, Los fundamentos conservadores del orden liberal, recientemente traducido y ad portas de ser publicado por el IES, bien puede ser leído como una propuesta alternativa a una aproximación, a ratos dominantes en todo nuestro espectro político, respecto de la primacía absoluta de los derechos individuales.

Para su autor, hacer de la libertad un dogma irreflexivo y carente de una adecuada fundamentación amenaza con corroer los fundamentos que hacen posible la libertad misma. Mahoney busca mostrar que ningún liberalismo digno de ese nombre se basta a sí mismo. Más aún, que un proyecto político centrado exclusivamente en la afirmación de la autonomía individual enfrenta serias dificultades a la hora de fundamentar un orden social deseable. Según explica Mahoney, la libertad es una condición necesaria para la vida en común, pero no basta para darle un contenido sustantivo a las que —según Max Weber— constituyen las preguntas políticas por antonomasia: ¿qué debemos hacer? Y ¿cómo debemos vivir?

La tesis central de este libro tiene  mucho de provocativo, porque sostiene que la formulación de una doctrina liberal necesita de una dimensión que él llama conservadora, en la medida que la libertad requiere de ciertos contenidos morales específicos si no quiere reducirse a la arbitrariedad o el capricho. Esto es muy relevante porque —guste o no— vivimos en una era cuyas ideas dominantes provienen, en muchos sentidos, de la tradición liberal. Por ende, si acaso queremos comprender nuestra propia situación, es imprescindible interrogar seriamente sus fundamentos.

¿Cómo podría el liberalismo fundarse, aunque fuera parcialmente, en algún tipo de conservadurismo? El proyecto de Mahoney busca mostrar que las diferencias entre ambas corrientes, si se miran con la debida atención, son menos radicales de lo que parecen. Así se advierte al volver nuestra mirada sobre la democracia moderna, tal vez la contribución más destacada del liberalismo político. Según el autor, así como no es posible desconocer la deuda que para con éste tiene la democracia, tampoco pueden obviarse las tensiones internas que el liberalismo provoca en la vida democrática cuando su “pasión por la libertad” se radicaliza. Es en esta tensión donde Mahoney encuentra el fundamento para afirmar la compatibilidad del conservadurismo con el liberalismo y, más aún, la necesidad que tiene un régimen basado en la igual libertad y en la participación política de poner atención a las tradiciones y costumbres establecidas.

En esa línea, esta obra intenta explicar cómo la libertad en el ámbito democrático, si quiere ser tal, no puede agotarse en la mera ausencia de coacción. Y más aún, cómo esa manera de entender la libertad debilita la democracia y, por ende, atenta contra las aspiraciones del liberalismo político: por más paradójico que suene, una defensa adecuada de la libertad necesita un fundamento fuera de ella. Si no se entiende esto se hacen muy difíciles una participación comprometida con la construcción del espacio público, la deliberación política; la promoción de las asociaciones intermedias que preservan las libertades locales y que median entre la esfera individual y el poder central; y, en último término, dotar de contenido a la democracia.

Y es que, tal como mostró con crudeza el siglo XX, el régimen democrático no se sustenta por sí solo, sino que requiere sólidos fundamentos para su buen funcionamiento; fundamentos que, según argumenta Daniel Mahoney, son pre o extraliberales y deben hallarse en las fuentes de la civilización occidental. En las páginas de su libro el lector encontrará la articulación y la defensa de esas ideas y, por lo mismo, confiamos que su puesta en escena en el ámbito chileno contribuirá a subir el nivel de la discusión de cara a los debates que se avecinan.

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