Columna publicada en El Líbero, 06.08.2015

Ante los hechos de las últimas semanas, cobra actualidad la siguiente reflexión, sugerida en su minuto por Gonzalo Vial en su habitual columna del diario La Segunda:

“La Iglesia fue inalterable y enérgica defendiendo los derechos humanos, a comenzar por el primero y más esencial, el de vida. Los católicos partidarios del régimen, en general, no fuimos suficientemente decididos para apoyar esa actitud de nuestros obispos. Incluso, no raras veces, la criticamos. Nos quedará la inquietud –si no queremos llamarla remordimiento– de nuestra desidia, y de sus graves consecuencias”.

Hay varias razones por las que conviene traer a la memoria esta autocrítica.

La más obvia, por supuesto, dice relación con las violaciones a los derechos humanos. Considerando las polémicas recientes y, además, que se acerca un nuevo 11 de septiembre, es pertinente tener a la vista ─e imitar, cuando corresponda─ palabras y actitudes como las de Gonzalo Vial. Por cierto, condenar las violaciones a los DDHH no basta para aprender y sacar lecciones del pasado (es una de las conclusiones que deja la lectura de Las voces de la reconciliación, editado por Ricardo Núñez y Hernán Larraín); pero en Chile, mal que nos pese, se cometieron actos brutales que no admiten ninguna clase de justificación, y eso debe ser dicho así, sin rodeos. Actitudes como las del fallecido historiador visibilizan y hacen creíble el acuerdo que, se supone, tenemos al respecto.

Pero también conviene recordar las palabras de Gonzalo Vial por un asunto de otro orden. A propósito del aborto han aparecido algunos argumentos, si cabe llamarlos así, que bien pueden ser leídos desde la historia y, en particular, desde lo señalado por Vial. Por ejemplo, la supuesta inconveniencia de que la Iglesia Católica exprese su visión (“presiones indebidas”) sobre el tema (véanse, entre otras, las declaraciones de Karol Cariola). Desde luego, esto es ridículo. En un país en que cualquier grupo se cree colegislador, ¿con qué motivo podríamos rechazar una toma de posición explícita en un asunto de notorio interés público? En el caso de la Iglesia, además, se trata de una nueva manifestación ─fundada y argumentada─ en defensa de la vida humana inocente; precisamente el tipo de defensa que recordaba Gonzalo Vial y que los correligionarios de Cariola, no sin razón, agradecieron y valoraron en el pasado. Recordemos, sólo por mencionar a un actor de esta historia, el papel que jugó la Vicaría de la Solidaridad en la defensa de los perseguidos políticos.

Lo anterior se vincula a otra idea, también escuchada en estos días, y que podría resumirse como sigue: “¿Para qué tanta alharaca, si aquí no se obliga a nadie a abortar? Que cada uno decida”. Llama la atención que se acepte sin más esta consigna y, sobre todo, que sectores de izquierda pisen tan fácilmente el palito del individualismo radical. Al hacerlo, esos sectores se rinden en forma acrítica ante la misma clase de liberalismo ─la primacía de la decisión individual, cualquiera sea el bien involucrado─ que suele denunciarse en otras esferas de la vida social. Pero no sólo eso. Además, parecen asumir, quizás sin darse cuenta, una mirada sencillamente incompatible con ciertas exigencias básicas de justicia, cuya violación jamás puede ser justificada (como bien recuerda Sandel, a partir de esa argumentación jamás habría sido posible, por ejemplo, abolir la esclavitud).

Por esa razón es probable que, más temprano que tarde, observemos autocríticas similares a las de Gonzalo Vial, o incluso más fuertes. La historia no se repite, pero rima; y ─siguiendo sus palabras─ la desidia frente a atentados contra los derechos básicos, especialmente cuando se trata de los más indefensos, terminan por generar inquietud, cuando no remordimiento.

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