Columna publicada en Pulso, 13.07.2015

Los académicos parecen estar cada vez más especializados en un área más pequeña del saber. Así, las necesidades del sistema universitario exigen que el desarrollo intelectual vaya acompañado, la mayoría de las veces, de un lenguaje endogámico y privado. Este proceso tiene mucho de inevitable: para seguir traspasando las fronteras del conocimiento se necesitan herramientas que permitan sumergirse en aguas cada día más profundas, y no sirve una breve pincelada de una disciplina para decir algo relevante en ellas. Para compensar, este hecho obliga a las universidades, entre otras cosas, a asumir la bandera de la interdisciplinariedad. Si esta no se promueve de modo activo, se corre el riesgo de que ingenieros, filósofos o economistas solo hablen a sus pares y que sus facultades y disciplinas se encierren en oscuras jergas.

En este escenario, un libro como “Ideas de perfil” (Hueders, 2015) se vuelve muy interesante. El volumen, escrito por el columnista y rector de la UDP, Carlos Peña, reúne una treintena de ensayos que esbozan las principales ideas de numerosos pensadores modernos y contemporáneos. Desde filósofos como Kant o Wittgenstein a escritores como Octavio Paz, Mario Vargas Llosa o Nicanor Parra, pasando por un amplio espectro de intelectuales públicos de diversa talla e importancia (Arendt, Ortega o Fukuyama, por nombrar algunos), los perfiles compilados tienen el mérito de hacer conversar entre sí a diversas disciplinas, tradiciones y preguntas. La experiencia periodística de su autor le da, sin duda, un atractivo adicional. En efecto, su pluma -aunque se complace en una erudición enciclopédica- resulta en general amable y pedagógica. No es un libro para especialistas, sino que, por el contrario, busca acercar cuestiones complicadas a un público amplio. El ejercicio de Peña puede ser leído como un intento de explicar, desde el conjunto de las humanidades, los principales procesos de la modernidad. A lo largo de sus 600 páginas, “Ideas de perfil” ofrece armas intelectuales para comprender un mundo que se mueve rápido y que plantea interrogantes muy difíciles. ¿Por qué las expectativas siempre superan las realidades de nuestro desarrollo económico y social, provocando malestar? ¿Cuáles son las condiciones para generar y rehabilitar el diálogo político en un contexto donde prima el cientificismo? ¿Cómo podemos dialogar si no tenemos certezas comunes sobre las cuales apoyarnos? ¿Cuáles son las desilusiones propias del progreso, según la expresión de Raymond Aron? Algunas de estas preguntas aparecen una y otra vez en los escritos de Peña. Sus respuestas no se quedan en la filosofía política: el gran atractivo del libro es que la poesía, la sociología y la historia también están invitadas. De ese modo, la reflexión del autor conlleva una participación activa de disciplinas que nos hemos acostumbrado a excluir del debate político, entendiendo este en su significado más amplio.

Las respuestas a nuestros desafíos intelectuales, parece afirmar el libro de Peña, no debe ni puede darlas solo la filosofía. El panorama es complejo y exige diversos códigos y niveles de lectura: la historia de las ideas, la lingüística, la poesía y la sicología, todas las disciplinas, en cuanto traten del hombre, también están invitadas a este concierto. Por ende, esta obra es una invitación al diálogo y al encuentro. De hecho, de su lectura surgen más interrogantes que respuestas, pues de algún modo la modernidad sigue siendo una pregunta abierta.

No obstante, el volumen quizá peca por una ambición desmedida. En principio, solo pretende entregar perfiles, esbozando las ideas generales de algunos autores relevantes: ensayos provisorios, menores, capaces de mostrar una faceta de personajes centrales de nuestro mundo intelectual. No son, a fin de cuentas, obras totales, como podrían serlo una biografía o una introducción; son simplemente bocetos a mano alzada de pensadores indispensables. Sin embargo, el conjunto de la obra queda por momentos desbordado por su amplitud, que no termina de cuajar. ¿Son los autores aquí tratados los más importantes para comprender la modernidad, o es simplemente un canon personal? Si fuera lo primero, ¿se justifica haber dejado fuera a autores como Charles Taylor o Alexis de Tocqueville? Asimismo, hay algunos autores que parecen de contrabando: por ejemplo, la lectura que el autor hace de Nicanor Parra antepone el lente de Wittgenstein antes que verlo en su originalidad poética. O el caso de Octavio Paz, cuya compleja obra y búsqueda incansable por la libertad crítica aparece como un simple saludo a la bandera. Toda selección tiene algo de arbitrario, pero una edición más rigurosa (unas tijeras más grandes) y una pequeña presentación o prólogo habrían ayudado.

Con todo, el libro del profesor Peña es un formidable aporte al debate. Invita a reflexionar, con amplia perspectiva, acerca de los problemas que enfrenta una sociedad como la nuestra. No solo porque Chile encarna a la perfección algunas de las tensiones más propias de la modernidad (como la hipertrofia de las expectativas, o el auge de los discursos técnicos e ideológicos en desmedro de lo propiamente político), sino también porque el autor es un agudo observador del escenario en el que participa. Asimismo, la obra demuestra que los debates políticos necesitan algo más que ideas sueltas e inconexas: requieren sobre todo tradiciones intelectuales robustas y personajes que las cultiven. Peña ejerce el papel de mediador de las mejores versiones de esas ideas, presentándolas a través de perfiles que permiten identificarlas en una encrucijada concreta, histórica y, por ende, mucho más atractiva.

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