Columna publicada en La Tercera, 24.06.2015

Esperar. Tal parece ser la consigna de la derecha. Dado que el gobierno atraviesa una crisis sin precedentes, dado que la Presidenta está paralizada, dado que el oficialismo carece de resortes para salir del atolladero, y dado que incluso los socialistas advierten que la coyuntura económica no permite seguir con “el programa”, la conclusión parece unívoca: la derecha sólo tiene que esperar que este gobierno naufrague, para luego recuperar el poder. La estrategia es tentadora y, además, muy cómoda: más allá del maquillaje, sólo queda mirar y esperar.

En todo caso, esta actitud no es nueva. En rigor, la derecha vivió veinte años protegida por un esquema institucional que le ahorró el desagradable trabajo de persuadir, argumentar y discutir. Así, es natural que muchos piensen que la derrota del 2013 fue una derrota electoral más que política, y que basta con repetir los mismos discursos para volver a ganar.

De más está decir que esa actitud esconde errores y simplificaciones que a estas alturas resultan un poco imperdonables. Por de pronto, parece no tomar nota de lo siguiente: la crisis política que vive el país es estructural, y afecta a toda la elite. De hecho, la representación política está horadada en cuanto tal, y en eso la derecha sigue siendo parte del problema. Por lo mismo, la situación exige algo más que mera pasividad: es urgente, por ejemplo, aclarar todas las irregularidades cometidas en el manejo de dineros políticos, desde el ex Presidente Piñera hacia abajo. Aquí no está en riesgo el gobierno de turno, está en riesgo un sistema que los incluye a ellos.

Pero lo más grave pasa por otro lado. La derecha confía en que el desplome del gobierno corresponde a un alza automática de la oposición. Pero ese razonamiento tiene sus limitaciones. Aunque es evidente que las dificultades del oficialismo constituyen una oportunidad, todo esto requiere de una mediación, esto es, de una capacidad de articulación en torno a un diagnóstico fundado sobre el Chile actual. Sólo a partir de aquello se podrá elaborar un programa propiamente político, capaz de hacerse cargo de una situación singular y exigente que no responde a los paradigmas tradicionales. En Chile cambió la estructura social, cambiaron las aspiraciones y se desplazaron brutalmente las legitimidades. ¿Qué herramientas político-conceptuales sirven para hacerse cargo de estas realidades?

Tocqueville solía decir que todo progreso hace surgir nuevas dificultades y nuevos problemas que no pueden ser desatendidos apelando al mismo progreso. Quizás aquí reside el principal desafío de la derecha: asumir que la relativa prosperidad que ha tenido Chile en los últimos decenios no tiene significación unívoca, que la clase media ya no se conforma con medias respuestas, y que la modernidad trae sus propias formas de malestar; en suma, que no hay política sin comprensión del presente. Esperar, en ese contexto, equivale a renunciar a la acción, cediendo aún más terreno a aquellos que nunca esperan, porque saben que la fortuna debe ser dominada.

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