Columna publicada en La Tercera, 08.04.2015

Las elites políticas, económicas y religiosas chilenas atraviesan hoy por una crisis de legitimidad. De eso, por si acaso, se trata la “desconfianza”. Ella no es todavía una crisis institucional, puesto que las minorías organizadas para ejercer el poder no son lo mismo que las instituciones del poder, pero el contagio de la crisis no toma mucho tiempo. Las instituciones no existen en el aire y las leyes sin legitimidad son una mezcla de papeles y lumazos.

La pregunta por cómo revertir esta situación debería ser tomada muy en serio por quienes han visto tan menguado su capital de confianza, por último, por temor al efecto dominó en todas las demás formas de capital que esto tiene. No deben preocuparse sólo del populismo, sino también de un orden sostenido en la mera fuerza coercitiva del Estado. La legitimidad sin instituciones es tan peligrosa como las instituciones sin legitimidad.

Así, lo que debe buscarse es cómo inyectarle carisma al orden. Esto, el camino reformista, no es fácil. Pero un ejemplo que sirve como guía es el del actual Papa de la Iglesia Católica, quien más allá de si uno es afín a él o a la Iglesia, o no, ha mostrado una capacidad política impresionante. Un gran análisis de este asunto puede encontrarse en el libro “El Gran Reformador: Francisco, retrato de un Papa radical”, escrito por el periodista inglés Austen Ivereigh, quien lo presentará la próxima semana en Santiago.

Ivereigh nos muestra que la capacidad de Francisco en tanto líder político se sostiene en una receta sencilla de formular, pero difícil de vivir: predicar con el ejemplo, adelantarse a los problemas con un espíritu templado aferrado a la propia identidad, y como le dijo a los congregados en Río el 2013, “ser protagonistas, jugar para adelante”. No arratonarse ni ser “lauchero”, no volverse histérico, no predicar lo que no se practica. Y, sobre todo, desconfiar de los esquemas racionales prefabricados que no ponen los pies en el barro, o que incluso poniéndolos, no ven al otro que sufre como a un igual.

Este perfil que tiene la ejemplaridad pública como eje, está lejos de la percepción que se ha ido generalizando respecto a nuestras elites: personajes cómodos, agresivos, aprovechadores, asegurados, autocomplacientes e ideologizados. Pero sobre todo, lejanos al pueblo, entendido como un modo de ser en el mundo (no como clase social).

La idea de ejemplaridad, por si el lector ya decidió ir a darse una vuelta por una librería, es trabajada magistralmente por el filósofo español Javier Gomá en sus últimos tres libros. Y bien vale la pena darle un tiempo.

Algunos parecen comenzar a entender que la batalla por relegitimarse es apremiante. El espíritu de cambio manifestado por la isapre Colmena, la AFP Hábitat y la Asociación de Emprendedores de Chile es un ejemplo. Pero se necesita más. Necesitamos, como el Vaticano, líderes dispuestos a “hacer lío”, a reformar lo superfluo todo lo necesario para conservar lo fundamental. No más “curas Gatica”.