Columna publicada en La Tercera, 21.01.2015

El Caso Penta ha dejado al descubierto la peor cara de la UDI, aquella que sus detractores hace años tratan de develar. En rigor, la cercanía del gremialismo con ciertos poderes económicos linda con la pornografía. Sus dirigentes podrán quejarse y afirmar que ningún grupo político saldría bien parado de algo así, y quizás tengan razón (Andrés Velasco y Alberto Undurraga aún nos deben más de una explicación). Con todo, buscar excusas infantiles sólo puede agravar el caso. Esta vez, simplemente, le tocó a la UDI, y en esta cancha no hay empate posible.

Lo ocurrido es grave por varios motivos. Por un lado, nos deja claro que el costo de las campañas políticas en Chile (que será aún mayor con el nuevo sistema) deja muy expuestos a los candidatos. Es urgente romper esa trenza, aunque tampoco podemos olvidar que ningún sistema legal -por más estricto que sea- puede sobrevivir sin ciertas disposiciones personales. Y aquí viene lo más grave, pues el caso Penta nos enfrenta a un grupo de dirigentes que no parece haber reflexionado nunca sobre la distancia mínima que se requiere mantener respecto de los poderes económicos. Es patente que allí no había ninguna conciencia de algo elemental: el ejercicio de algunos deberes políticos conlleva deberes, de forma y de fondo. ¿Cómo ejercer bien un oficio cuyas exigencias más básicas son ignoradas?

Por otro lado, todo guarda estrecha relación con la crisis actual de la derecha. No es casual que este sector haya sido incapaz de elaborar un discurso propiamente político en los últimos años, ni que haya optado por la comodidad del binominal para intentar defender ciertos enclaves (hoy vemos cómo esa estrategia hace agua por los cuatro costados). La naturaleza del proyecto de la UDI se ha vuelto al menos difusa. ¿Cómo interpretar su defensa cerrada del “modelo” de los últimos años? ¿Había allí genuinas convicciones, o simple defensa de grupos de presión? Digamos que la UDI está condenada a la esterilidad doctrinaria y política mientras no mire su propia herida, y se formule estas preguntas con la mayor honestidad posible. Lo político posee una especificidad que requiere grados importantes de autonomía, en ausencia de los cuales todo tiende a volverse frívolo y banal.

De más está decir que este laberinto no ofrece ninguna salida fácil ni indolora. Con todo, es obvio que mientras antes se separen radicalmente los planos, menos larga será la crisis, sobre todo considerando que los tiempos judiciales son largos, y que de seguro irán surgiendo ramificaciones. Naturalmente, esa separación implica la salida de la primera línea de todos aquellos que puedan estar involucrados de lejos o de cerca en el caso, si acaso hay interés en proteger al partido. Dicho de otro modo, la UDI debe dar pruebas de que representa algo más que la derecha económica. De lo contrario, seguirá emergiendo una tensión oculta, que bien puede ser desastrosa para el sector, entre una derecha económica y una segunda derecha que puede ser calificada de social o populista según el gusto de cada cual. De derecha política, mejor ni hablar.