Columna publicada en La Tercera, 28.01.2015

El caso de Alexis Sánchez suele aparecer como ejemplo en el debate sobre la desigualdad. Quienes defienden que ésta no es un problema real, lo usan como caso paradigmático de la legitimidad de la riqueza. Su razonamiento es el siguiente: si Alexis, al igual que muchos otros millonarios, hace bien algo que la sociedad valora y por lo que está dispuesta a pagar, ¿por qué va a ser ilegítima su riqueza, por mucha desigualdad que produzca?

La pregunta que queda en el aire es por qué quienes usan este argumento no defienden directamente a quienes tienen más dinero, poder y privilegios en nuestro país, sino que lo hacen sólo por analogía con Alexis Sánchez. La respuesta que el antropólogo Ernest Gellner da en su libro Cultura, identidad y política es que la legitimidad de la riqueza de personajes como los futbolistas proviene de la existencia de una impresión generalizada de que cualquier miembro de la sociedad podría haber ocupado su lugar. Esta impresión, a su vez, se funda en el hecho de que cualquiera con los talentos necesarios para realizar estas actividades, por pobre que sea su cuna, tiene posibilidades para desplegarlos, lo que no ocurre en una serie de otras actividades. Por ello, concluye Gellner, “esos personajes ilustran el igualitarismo en lugar de desafiarlo”.

La validez de la analogía entre Alexis y otros adinerados, entonces, depende de que exista en Chile más o menos la misma impresión generalizada y fundada de que cualquiera podría ser uno de ellos. Y es aquí donde el asunto no funciona: las oportunidades de los niños de pocos recursos cuyos talentos no van por las canchas son demasiado distintas a las que tienen niños iguales a ellos, pero que tuvieron la suerte de nacer en familias más acomodadas. Así, la analogía parece impropia y, más aún, deja en evidencia la importancia de lo que muchas voces parecen exigir: que las posibilidades para el despliegue de cualquier talento sean parecidas. Esta exigencia, explica el mismo Gellner, nace del hecho de que en las sociedad avanzadas la desigualdad en las oportunidades de acceso a la cultura se vuelve odiosa.

Con todo, evidenciar la falacia anterior no debería ser motivo de celebración para la izquierda gobernante. El caso Alexis también demuestra que la selección rigurosa en base a capacidades no es ilegítima, sino necesaria para permitir que ellas se desplieguen. Y si, a diferencia del fútbol, no hay incentivos económicos para que existan “divisiones inferiores” de alto rendimiento para el desarrollo de otras capacidades, parece ser una tarea en la que el Estado está llamado a hacer algo. Y ese algo, claramente, no parece ser prohibir la selección en base a criterios razonables, destruir los liceos de excelencia y hacer políticas regresivas que priorizan la educación universitaria por sobre la preescolar, que es donde se generan las mayores brechas.

Si lo que muchos anhelan es una sociedad de desigualdades más legítimas, ofrecer en cambio una igualdad rígida y mediocrizante para los menos afortunados y más privilegios para los privilegiados, es apagar el fuego con bencina.