Columna publicada en La Tercera, 31.12.2014

Una forma de conocernos como chilenos es pensar en nuestras festividades en su mejor versión (pues siempre pueden describirse en forma degradada). Ellas corresponden a la celebración ritual de los mitos que nos unen. Un mito no es algo falso, es una representación de la forma del sentido en una determinada cultura. Es aquello en torno a lo cual las personas se comprenden como comunidad, renovando el trato entre los muertos, los vivos y los que están por nacer. Y ya que la fundación del sentido siempre se vincula con lo sagrado, con aquello separado e incuestionable en torno a lo cual nos reunimos, el mito siempre tienen un carácter religioso, reflejado en sus celebraciones rituales.

Entre nuestras festividades, probablemente las más importantes sean las Fiestas Patrias, la Navidad y el Año Nuevo. En el caso de las primeras, lo que celebramos es el mito nacional y sus correspondientes héroes, padres de la Patria y santos seculares. El elemento bélico es muy fuerte, pues la guerra parece ser un factor decisivo en la configuración de nuestra identidad. Estas fiestas coinciden además con el inicio de la primavera. La Navidad, en tanto, es un momento de celebración de la buena nueva, del mensaje cristiano, instalado en las raíces de nuestra comprensión del mundo. Tiene un fuerte acento familiar, pero no está exenta de actos públicos, como los pesebres con los que los municipios y el palacio de gobierno conmemoran la fecha.

El año nuevo, finalmente, está relacionado, en todos lados, a la noción de cierre de un ciclo y de comienzo de otro. Nos habla respecto a la concepción del tiempo que cada cultura tiene. En el hemisferio norte esta celebración se vincula al día más corto del año. Su equivalente más próximo en Chile es el año nuevo mapuche, o we tripantu (“nueva salida del sol”), que se realiza en junio para el solsticio de invierno de nuestro hemisferio y celebra la renovación de la vida. La diferencia entre ambos es que la concepción mapuche del tiempo es cíclica, mientras que la occidental-cristiana es lineal.

En Chile, el año nuevo no se relaciona con ciclos de la naturaleza, sino sociales. Y a juzgar por nuestras supersticiones relativas a la fecha, tiene mucho de “dejar atrás” el año viejo, proponerse metas nuevas y desear el éxito en el año entrante. Es decir, está marcado por la idea de progreso, al menos en los contextos urbanos. Refleja, entonces, la concepción lineal del tiempo inaugurada por la visión cristiana y secularizada por el positivismo.

Que no exista cultura sin mito significa que no hay comunidades humanas que no estén fundadas en alguna noción de lo sagrado. También significa que lo sagrado siempre es apropiado y reinterpretado, ya que las culturas son una realidad viva. Nuestras fiestas, entonces, nos sirven para comprender nuestra identidad y también para participar de ella. Esto es algo respecto a lo cual tanto el laicismo extremo, el ateísmo sin arraigo y los integrismos religiosos que desprecian por igual nuestras formas religiosas populares, podrían tomar nota, para poner la humildad entre sus propósitos para el 2015.