Columna publicada en Qué Pasa, 21.11.2014

“El liberalismo individualista se equivoca en el verdadero orden de prioridad entre el individuo y la sociedad. La sociedad no es un añadido, un mero epifenómeno que ocurre luego de que un grupo de individuos deciden vivir juntos, sino que está ahí desde el comienzo. Es lo que hace a los individuos personas humanas”. Estas palabras no son de Fernando Atria o de Pedro Güell. Su autor es el conferencista principal del próximo ENADE, el parlamentario e intelectual británico, Jesse Norman, autor de La Gran Sociedad y de una biografía intelectual de Edmund Burke, cuya traducción llegará a nuestras librerías los próximos meses. 

En términos políticos, Norman es un conservador inglés. Esto significa algo muy distinto a lo que muchas veces entendemos en Chile por “conservador”, que es como llamamos a las personas temerosas del cambio y estrechas de criterio e imaginación. En el caso del ideario defendido por Norman, conservar significa realizar constantes reformas para darle continuidad a las instituciones probadas buenas por la costumbre, aquellas que custodian bienes indispensables para vivir bien. Significa, en otras palabras, adaptación institucional. Esto implica, además, pragmatismo para diagnosticar y resolver problemas, considerando para estos efectos la herencia de formas de organización, instituciones y medios de comunicación que recibimos de nuestros antepasados como parte de una caja de herramientas a nuestra disposición. Es decir, una gran amplitud de criterio, profundamente desconfiada de las ideologías, y una invitación a la creatividad. 

Su propuesta en La Gran Sociedad  golpea por igual a la izquierda estatista y a la derecha economicista. Los acusa de construir sus visiones políticas desde una (misma) antropología negativa, que considera al ser humano como mezquino, egoísta y pasivo. Frente a ella, reivindica a los seres humanos como activos, asociativos y responsables, introduciendo a la sociedad civil como una dimensión autónoma tan importante como el Estado o el mercado, que puede requerir de uno o de otro para buscar sus fines, pero que no puede ser confundida con ninguno de los dos. 

En el centro del cuestionamiento de Norman a la política actual se ubica la idea de que no puede entenderse la libertad humana como la libertad de átomos desvinculados (a la que cataloga como mera “licencia”), sino siempre como libertad política y social. Y que cuando las instituciones se organizan en contra de la naturaleza asociativa de las personas, le hacen daño tanto a cada una de ellas como a la sociedad misma. Y esta crítica, aclara el autor, vale tanto para la empresa como para los organismos burocráticos del Estado. 

¿Tienen sentido estas ideas en Chile? Un breve repaso a la cantidad de niños nacidos fuera del matrimonio, de la ausencia de apoyo a las familias, de los índices de desconfianza personal e institucional, de las tasas de enfermedades mentales vinculadas a la depresión y al estrés, del abuso de drogas lícitas e ilícitas y, en fin, de nuestra política centrada en una disputa irracional entre más mercado y más Estado, parece indicar, claramente, que sí.

Las propuestas de Norman parecen llegar a Chile en el momento preciso. Por lo mismo, deberían resultar, si es que las tomamos en serio, incómodas para todos los sectores. Y, al mismo tiempo, una gran oportunidad para sentarse a conversar en torno a una visión que nos interpela por igual.