Columna publicada en Chile B, 05.06.2014

chile bSolos en la noche: Zamudio y sus asesinos, el libro de Rodrigo Fluxá recientemente publicado, muestra lo más oscuro de nuestra sociedad, el Chile profundo que muchas veces no queremos ver. Lo que Fluxá narra en su relato sobrepasa el drama de Daniel Zamudio, porque su investigación da cuenta de la situación de marginalidad social en que aún viven miles de chilenos. En efecto, al leer sobre las circunstancias que rodearon la vida de los protagonistas de este macabro suceso, no puede sino advertirse las similitudes en las historias de vida de víctima y victimarios: abandono y resquebrajamiento familiar, ausencia de redes de protección, soledad, falta de horizontes vitales. Esto inevitablemente los llevaba a comportamientos autodestructivos, y de hecho hoy sabemos que algunos de ellos dejaron de lado su humanidad al punto que llegaron a destruir a otro.  Detrás del relato es fácil percibir un factor común en estas circunstancias de miseria y marginalidad: la ausencia de sentido.

En esta línea, La Gran Sociedad de Jesse Norman propone una idea que vale la pena destacar al momento de reflexionar sobre nuestra sociedad: la idea de la felicidad. Tema que ha dado pie a todo tipo de teorías, como objeto último de la persona y la sociedad. El autor, sin embargo, quiere revitalizar el concepto clásico de felicidad acuñado por Platón y Aristóteles y que consiste en: “hacer lo que te es propio”. En efecto, Norman señala que la felicidad no está en hacer lo que uno quiera, que es propio de la sociedad permisiva, hedonista o narcisista. Por el contrario, la felicidad está en lograr una vida buena, aludiendo precisamente a la ética aristotélica, que implica necesariamente la vida en sociedad.

Este concepto de autorrealización, señala Norman, nos lleva a cada uno de nosotros como individuos y como sociedad a preguntarnos en qué creemos, qué nos preocupa, en qué queremos convertirnos y qué podemos lograr. Esto nos obliga a cuestionarnos sobre el sentido, que es aquello que en último término puede hacer la diferencia. Se trata de reflexionar dónde el ser humano encuentra una verdadera motivación que lo lleva a actuar, por qué cree que lo que hace o puede hacer es importante para él, para otros o incluso para Dios. Son preguntas que hoy en día no resultan agradables, pero que resultan imprescindibles. En rigor, sólo cuando hay sentido la persona es capaz de salir de sí misma, de su estado de pasividad, y así comprometerse con los que están a su alrededor. El yo pasivo, dice el político inglés, es un átomo separado de los demás; el yo activo en cambio, tiene lazos de carbono buscando constantemente conectarse con otros. Está abierto al otro. Y esto hace posible la compasión, la fraternidad y la confianza, tan necesarias para la vida en comunidad.

Aunque nos cueste reconocerlo, nuestra sociedad y quienes la componen están en una permanente búsqueda de sentido. En efecto, el verdadero bienestar de una persona no se agota en los recursos económicos —necesarios pero insuficientes de cara a una vida lograda— sino que exige encontrar un propósito a la vida. Por eso, a veces la miseria moral puede ser más grave que la miseria material. Hacer frente a los graves problemas de alcoholismo, drogadicción, violencia doméstica y criminalidad, que suelen estar asociados a situaciones de vulnerabilidad, debe ser entonces una prioridad. ¿Cómo? Potenciando a las personas y sus asociaciones para que puedan desplegar todas sus capacidades. Como el bien humano se alcanza en comunidad, esto exige el fortalecimiento de las instituciones y dimensiones capaces proveernos de sentido: la familia, las comunidades o agrupaciones intermedias, las entidades religiosas, etc.

Ante situaciones como las relatadas por Fluxá, es urgente que revisemos qué estamos entregando a las nuevas generaciones, dónde están puestas las prioridades, cuáles son nuestros valores, qué queremos como sociedad. Jesse Norman señala que ciertos valores vitales pero intangibles como la moral, el orgullo y el sentido público han sido minados en favor de incentivos diseñados para modificar la conducta, pero sin una adecuada comprensión de la naturaleza y motivaciones del hombre, que justamente reclama con urgencia una sociedad más humana, tal como se comprende con la sola lectura del drama de Daniel Zamudio y sus asesinos.