Columna publicada en La Tercera, 14.05.2014

Portada libro Zamudio

¿POR QUE murió Daniel Zamudio? Solos en la noche, el texto de Rodrigo Fluxá que cuenta las vidas de Zamudio y sus asesinos, nos muestra que responder esta pregunta es un asunto más complejo de lo que pensábamos.

La tesis del libro es provocativa, porque se aparta de la lectura unánimemente adoptada por los medios, que redujo el hecho a la supuesta homofobia de los victimarios. Fluxá prefiere sumergirse en otros mecanismos, sugiriendo que quizás haya otras causas menos vistosas, pero más explicativas. Dicho en breve: la marginalidad social puede estar menos de moda, pero quizás fue más determinante que la orientación sexual de Daniel Zamudio. En algún sentido, Fluxá está en acuerdo implícito con Benn Michaels, quien considera que la bandera de la diversidad termina ocultando la preocupación por la desigualdad.

Por lo mismo, la lectura del texto de Fluxá no es una experiencia ordinaria. Por de pronto, nos enseña que Zamudio y sus asesinos no vienen de mundos tan distintos. Fluxá explora con honestidad y delicadeza un Chile donde abundan la pobreza material, el alcohol, las drogas, la violencia y los hogares deshechos. Es un mundo sin horizontes ni referentes, que sólo parece aceptar como reguladores a los estereotipos publicitarios y televisivos, que son, a su vez, fábricas de frustración. Se constituye así un círculo infernal que está condenando a miles de chilenos a la reproducción de miserias materiales y morales. ¿Qué ocurre con aquellos que se quedaron fuera de la fiesta, mirando?

Un país decente no puede dejar en la penumbra este tipo de preguntas. Con todo, no es seguro que contemos con las herramientas para enfrentarlas. De hecho, gastamos buena parte de nuestras energías discutiendo sobre AVP, “efecto pares”, gratuidad universal en educación superior o derechos individuales, y aunque todo esto tiene su relevancia, ni siquiera roza estas urgencias. Tampoco ayuda la díada Estado/mercado, porque el libro deja en evidencia que los agentes estatales tienen capacidad limitada de acción; ellos, sencillamente, no pueden reemplazar aquello que suponen (el hogar). Para peor, y en algo que ya irritaba a Marx, nuestro individualismo nos impide ver a la familia como un fenómeno político de primer orden, cuya fragilidad exige atenciones especiales. Algo parecido ocurre con las ciudades y los barrios, entregados por décadas a las supuestas bondades del desarrollo espontáneo. En rigor, mientras no veamos los bienes auténticamente comunes involucrados en estos problemas, seguiremos abandonando cada uno a su suerte, porque el tejido social no puede reconstituirse allí donde no hay comunidad.

Fluxá se esfuerza por situar a todos los protagonistas en un relato amplio, donde la homosexualidad de Zamudio es un dato que no agota la historia. La polémica, entonces, es extraña por lo simplista: mirar el homicidio de Daniel Zamudio como un crimen exclusivamente movido por el odio hacia los homosexuales puede permitirnos expulsar el mal fuera de nosotros, pero paga el costo de omitir cuestiones decisivas. La verdad de Fluxá es menos cómoda, porque introduce a Zamudio y a los asesinos en un mecanismo social de miseria y marginalidad que no puede sino interpelarnos a todos, y cuya aproximación exige bastante más que una ley antidiscriminación.