Columna publicada en diario La Tercera, 8.01.14

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Fuente: Emol

Patricio Melero informó que para su partido la concepción del matrimonio no es una cuestión de principios, como sí lo sería la subsidiariedad. La declaración tiene algo de sorpresiva, pues la UDI, en términos generales, ha asumido sin demasiados complejos una identidad conservadora en cuestiones culturales. También es sintomática de cierta desorientación en la derecha: el único reflejo tras la derrota es salir a vender los muebles. Dicho sea de paso, la actitud del gobierno no es muy distinta: al ponerle suma urgencia al AVP, el Ejecutivo busca crear una institución que otorga casi todos los derechos del matrimonio sin ninguno de sus deberes. Cree cumplir así fielmente su promesa de fortalecer a la familia, institucionalizando su precariedad: vaya uno a comprender.

Pero volvamos a Melero: sus declaraciones pueden ser leídas como una sana muestra de apertura de una colectividad que ha tenido dificultades para adaptarse al Chile moderno. Sin embargo, también pueden leerse como el sometimiento final frente a cierto progresismo que pretende dictar los términos de la discusión. En efecto, hay más de un error en la concesión. Por de pronto, hay una falta política: las cuestiones relativas a derechos individuales siempre tendrán un interés político limitado. Son, desde luego, un elemento importante de la discusión, pero no bastan para elaborar un programa político.

La segunda falta es táctica, porque en el largo plazo la opinión pública premia la consistencia. Digamos que cambiar abiertamente los principios por interés electoral no resulta demasiado convincente. ¿En verdad la dirigencia de la UDI se convirtió a la causa gay, o es más bien una pose para adecuarse a la moda? Tales son los efectos de la opinión dominante: todos terminan conformándose a lo políticamente correcto, porque Twitter cobra un precio demasiado elevado a quienes se apartan. Lo curioso es que, según los datos de las encuestas CEP, la demanda por matrimonio homosexual ni siquiera es mayoritaria en Chile. Se trata, más bien, de una agenda mediática impulsada por una elite progresista muy influyente, pero que no necesariamente está conectada con los anhelos de la sociedad chilena. No es ni siquiera un eje electoral demasiado relevante, como lo muestra la votación de Ossandón. Dicho de otro modo: rendirse a Twitter es la peor manera de hacer política, porque significa rendirse a un movimiento tan veleidoso como imprevisible.

Con todo, el error más grave es de diagnóstico. Puede decirse que la derecha vive una profunda crisis de legitimidad: quizás es más eficiente, quizás está mejor preparada, pero los chilenos no le creen. ¿Por qué la miramos con recelo? Porque sospechamos que ella se dedica a la defensa de intereses antes que a la defensa de ideas. Cuando Patricio Melero afirma que su concepción de familia no es de principios da un paso más en esa pendiente resbaladiza: la conclusión es que la UDI no tiene problemas en abandonar aquello que parecía ser una convicción para no arriesgar popularidad. Así, la derecha queda desnuda en su frialdad, y su discurso, desprovisto de todo componente moral. No se percata  que asumir el individualismo de modo acrítico agrava sus problemas, porque la alejará aún más de una auténtica comprensión de lo público, que es, lejos, su principal defecto.