Columna publicada en Chile B, 3.12.13

En el programa Informe Especial del domingo pasado, se presentó un reportaje sobre la experiencia de familias homoparentales en Chile y en el extranjero. El reportaje, cargado de una enorme cuota de “emotivismo”, buscaba mostrar que sería posible formar una familia con parejas del mismo sexo, y que esto de ningún modo constituiría un problema para los niños que se crían en ellas. Estos casos demostrarían la necesidad de que el Estado chileno reconozca estas uniones y su posibilidad de tener hijos. Sin embargo, al mirar el programa se percibe más de una dificultad. En estas líneas intentaré hacerme cargo de una de ellas: la reproducción asistida.

Tal como se constata en el reportaje, la reproducción asistida está siendo utilizada por muchas parejas homosexuales. Por cierto, miles de parejas heterosexuales, e incluso personas que no mantienen ningún tipo de relación también la ocupan. Y en ninguno de estos casos pareciera objetarse problema alguno, al punto que se podría pensar en una moda: celebridades como Ricky Martin, Cristiano Ronaldo o Sarah Jessica Parker, entre muchas otras, han optado por este tipo de métodos.

El problema radica en la visión de la técnica que subyace a este tipo de prácticas. En el caso que nos convoca, es importante advertir que la fecundación artificial implica una escisión de la dimensión unitiva y procreadora de la sexualidad humana. Esto es menos inocuo de lo que parece, pues supone la despersonalización de la generación humana. En otras palabras, el hijo ya no es el fruto del encuentro directo e inmediato entre dos personas, sino el resultado de un refinado procedimiento tecnológico. Sin embargo, los seres humanos no somos cosas u objetos en parte, precisamente, por haber sido engendrados y no producidos como un mero artefacto. Si realmente consideramos relevante la distinción entre las personas y las cosas -como diría Spaemann, entre alguien y algo- esto no puede sernos indiferente. Se trata, en definitiva, de una visión puramente instrumental, destinada a satisfacer nuestros deseos, sin considerar los dilemas éticos en juego.

Esta manera de ver las cosas presenta problemas, especialmente en el caso de la reproducción heteróloga, es decir, aquella en que se recurre a un tercero a través de la compra o donación de gametos y la maternidad subrogada. Esto supone, querámoslo o no, el tratamiento del cuerpo humano como un objeto de comercialización. El mismo reportaje de TVN hablaba de la verdadera “industria” de producción de niños que existía en algunos países, como en India, donde se mueven más de 2.500 millones de dólares anuales en este concepto. Esta práctica constituye una instrumentalización extrema del ser humano, tanto del “donante” (o vendedor) y más aún de la mujer que presta su cuerpo para llevar a cabo el embarazo. Ellos, además, parecen no ser conscientes que lo que están entregando no es puro material biológico, sino que células germinales, que son parte esencial de la propia identidad, y que se transmite a ese hijo traído al mundo, generando un vínculo que no puede ser trivializado.

El corolario de esto es el trato que se da a los embriones, seres humanos menos desarrollados pero igualmente miembros de nuestra especie, protagonistas de su desarrollo desde el instante de la concepción, a quienes se trata como un mero instrumento: productos de experimentación, congelados o simplemente desechados, según pudimos ver elocuentemente en el reportaje. Mediante la reproducción asistida, en definitiva, se impone la lógica del mercado en la generación de la vida. Éste ve así extendido su campo de acción a esferas difícilmente reductibles a la pura dimensión económica. Un hijo ya no es considerado como un don, sino más bien como un derecho o un medio para satisfacer un deseo. De ahí se desprende que además puedan “fabricarse” a la medida, según los requerimientos de quienes quieran obtenerlo – se buscan “buenos genes” se señalaba en el programa- y en el momento que quieran hacerlo, como un bien de consumo. Esto atenta contra su dignidad humana.

Hannah Arendt afirmaba que si una vida es vista como instrumento de realización de los caprichos de otra estamos en presencia de uno de los gérmenes del totalitarismo. Si queremos una sociedad más humana y auténticamente libre, vale la pena cuestionarnos por nuestra actitud ante prácticas como estas.