Columna publicada en diario El Mostrador, 25.09.13

 

El IVA que afecta al libro en Chile (19 %) es uno de los más altos del mundo. Sólo Dinamarca lo supera, con un 25 %. Casi todos los demás países tienen un IVA diferenciado para el libro o derechamente el libro está exento de él.

Para algunos, este dato bastan para exigir que se genere un régimen tributario especial para el libro en Chile. Sin embargo, que otros países consideren una política tributaria determinada, aunque sean hartos, no exime a quienes pretendan importar dicha política del deber de justificarla. Y la justificación, en este caso, pasa por responder qué beneficios genera una política como esa y para quién los genera.

En Chile suele afirmarse que los libros deberían tener un IVA menor o estar exentos de él porque la lectura es importante y es importante que más gente lea. Así, se establece una conexión presunta entre el precio de los libros y la comprensión y el hábito lector de las personas. Junto a ello se le atribuyen toda otra serie de cualidades políticas, económicas, educacionales y morales a dicha medida, constituyéndola, en apariencia, en una verdadera “bala de plata” para los problemas de lectura que afectan a nuestro país. Sin embargo, una investigación un poco más minuciosa de este asunto nos muestra que la mayoría de estas atribuciones son por completo falsas y que la sede en la cual debería discutirse el asunto del IVA de los libros es el de nuestra política editorial, sin dejar por ello de ser un debate atendible e importante. A continuación, expondré en 6 puntos el porqué de esto.

1. Una disminución en los precios de los libros no implica un aumento de lectores, ya que las barreras de entrada a la lectura (comprensión lectora y hábito lector) no están vinculadas al precio de los libros. Así, una disminución en el precio de los libros beneficia principalmente a aquellos que entienden lo que leen y tienen un hábito lector formado, que son una fracción de los que compran libros. Luego, es posible que estas personas compren más libros si los precios bajan, pero no que más personas comiencen a leer. Esta fue una de las conclusiones a las que la Comisión para el Precio de los Libros, que operó por 5 años, llegó en Suecia, que redujo el IVA al libro desde un 25 % a un 6 % el año 2002, registrándose una disminución de precios (y luego una estabilización y progresivo aumento) y un aumento en las ventas y en los ingresos de las editoriales, pero no una ampliación de la lectura en la población (los no lectores se mantuvieron en un 14 %) ni una alteración en los factores determinantes de la lectura (sociales y etarios). Lo irónico es que muchos promotores de libros sin IVA suelen citar el caso sueco como una demostración de que si bajan los precios, más personas leerán libros, lo que no es así, ya que el caso muestra que la demanda por libros de los no lectores es inelástica. Lo mismo ocurre en el caso contrario. Es decir, si los precios de los libros suben, quienes leen libros comprarán menos, lo que se demostró en Latvia, donde el IVA a los libros fue aumentado de un 5 % a un 21 % el año 2008, afectando la venta de libros, pero principalmente al mercado editorial (menos libros fueron editados).

En el caso chileno, la cifra de no-lectores es un 52,8 % de la población, según datos de la fundación La Fuente (2010). En ese segmento, entonces, la demanda de libros sería inelástica. El restante 47,2 %, según los datos de la investigación Cerlac-Unesco de 2012 lleva el promedio de lectura nacional hasta un 5,4 libros per cápita al año, lo que nos convierte en el país más lector de América Latina. Sin embargo, la mayor parte de estos lectores, según los estudios del centro de Microdatos de la Universidad de Chile, lee por obligación (académica o laboral), es decir, sin hábito lector.

La principal razón aducida para no leer, según el mismo estudio de la Universidad de Chile, no es el precio de los libros, señalada por un 7 % de los no lectores, sino la falta de tiempo, señalada por un 28 % de ellos. Sin embargo, las razones profundas de la ausencia de lectura y hábitos lectores quedan al descubierto en otros estudios del Centro de Microdatos que han mostrado que entre un 80 y un 84 % de los chilenos no comprende bien lo que lee, un 65 % de los profesionales chilenos sólo entiende textos simples y un 27 % de ellos no llega a un nivel básico de comprensión lectora (es decir, son analfabetos funcionales), siendo el porcentaje nacional de personas en esta situación de un 44,3 % (en Suecia era de 7 % el 2002). Luego, no es raro que esas mismas personas “sin tiempo” dediquen, según los estudios vigentes, entre 3 y 5 horas diarias a la televisión (informes LAMAC 2011 y Time Ibope 2013).

Es también el estudio Fundación La Fuente 2010 el que indica que un 54 % de las personas declara que si los libros fueran más baratos, compraría más. Este dato ha sido usado hasta el agotamiento por los promotores de libros sin IVA, pero no suelen explicar que el mismo estudio reconoce que quienes hacen esta afirmación son principalmente las personas que leen, lo que confirma el hecho de que bajar el IVA al libro, si se materializa en precios más bajos, es una política pro-lector, pero no pro-lectura. En esto coinciden casi todos quienes en Chile han escrito al respecto tratando de ir más allá de la consigna, como Manfred Svensson (link:http://manfredsvensson.blogspot.com/2012/07/falta-de-lectura-por-exceso-de-iva.html), Claudia Gilardoni (http://www.leamosmas.com/2012/07/mientras-leemos-se-baja-el-iva-al-libro/ ), Enzo Abbagliati (http://www.elmostrador.cl/opinion/2012/01/03/una-reflexion-sobre-el-iva-del-libro-en-chile/) o Joaquín Castillo (http://www.lanacion.cl/ojala-el-problema-de-los-libros-fuera-el-precio/noticias/2011-11-22/175055.html ).

2. Sólo eliminando el Impuesto al Valor Agregado a toda la cadena del libro —generando una gran distorsión tributaria— se lograría eliminar el IVA, pues si se eliminara simplemente respecto a la venta del libro, sería pagado por las librerías, tal como lo muestra Amaro Oróstica en un artículo aparecido el año pasado (link: http://ballotage.cl/2012/07/libros-sin-iva-el-remedio-peor-que-la-enfermedad/).

3. Nada asegura que la disminución del IVA, aunque sea a toda la cadena productiva, se traspase al lector: el mercado se ajustará al óptimo de ganancia, que no tiene por qué implicar el traspaso de la rebaja (o de la rebaja completa) al comprador final.

4. Incluso si el descuento se traspasara a los compradores, los libros en Chile seguirían siendo comparativamente caros respecto a otras partes del mundo. Esto es abordado por Leonel Bustos Barbe en una columna aparecida hace poco ( http://www.elquintopoder.cl/cultura/es-el-iva-el-culpable-del-precio-de-los-libros-en-chile/ ) y demostrado en forma contundente por Matías Cociña en su interesante tesis sobre el libro en Chile (http://www.tesis.uchile.cl/tesis/uchile/2007/cf-cocina_m/html/index-frames.html ). Las determinante principal del precio del libro nacional es lo reducido del mercado local y la determinante principal del excesivo precio del libro importado, además de los aranceles de importación, parece ser, tal como señala Cociña, “el carácter monopólico de las empresas importadoras que (…) por lo general poseen los derechos exclusivos de importación del catálogo de un determinado conjunto de editoriales extranjeras”. El precio de los libros en relación a la capacidad de compra de la mayoría de los chilenos seguiría siendo relativamente alto a pesar de un hipotético descuento del 19 %.

5. Todos los estudios hechos en Chile coinciden en que el nivel socioeconómico es un determinante clave en el acceso a la cultura. Sin embargo, concluir de ahí que las personas no leen por falta de dinero para comprar libros es simplemente un disparate, pues pasa por encima el hecho de que las barreras cognitivas y la ausencia de hábitos lectores están principalmente vinculados a la educación y al estímulo recibido tanto en el hogar como en las instituciones educacionales, que es lo que realmente está vinculado a factores socioeconómicos. Es decir que, tal como señala Abbagliati, los principales hipotéticos beneficiados por una reducción o eliminación del IVA a los libros “serían los actuales lectores, es decir, sería un beneficio tributario aprovechado —principalmente— de manera directa por las personas de mayores ingresos del país”. Esto es respaldado por el estudio de Cociña.

6. Si en verdad en Chile la principal barrera para la lectura fueran los precios de los libros, las librerías de viejo y las bibliotecas serían muy populares. Y lo cierto es que no lo son mucho. Según el estudio Fundación La Fuente 2010, un 6,8 % de los chilenos había sacado un libro de una biblioteca o era socio de ella, a pesar de lo cual la cantidad de préstamos bibliotecarios ha subido sostenidamente los últimos años, según la DIBAM, lo que es una buena señal, aunque el porcentaje del total sea pequeño.

En suma, no es claro que una reducción del IVA a los libros o su exención total se traspase a los compradores. Lo que sí es claro es que, de traspasarse, beneficiaría sólo a los que ya leen, que resultan ser, además, los más privilegiados socialmente.

Así, la idea de que la política tributaria respecto al libro introduce o expulsa personas del mundo de la lectura es totalmente falsa. La demanda de libros es elástica para un segmento de los que leen e inelástica para los que no leen, y la diferencia entre leer y no leer pasa principalmente por recibir los estímulos adecuados a tiempo y recibir una buena educación.

Luego, si el desafío que se quiere abordar es aumentar el número de chilenos lectores, el IVA a los libros no tiene nada que ver. Tal como señala con claridad Cociña en sus conclusiones: “En Chile el principal problema es la falta de lectores, más que la baja frecuencia de los que ya leen (…) ese debiese ser el foco de la política”. Por lo mismo, afirmar que quitar el IVA a los libros es una política pro-lectura es afirmar una falsedad, e insistir en esa campaña, como dice Svensson “apunta a un objetivo equivocado  y nos distrae de los verdaderos obstáculos a la lectura”.

Dicho esto, la pregunta es si hay otras razones que volverían defendible el eximir de IVA a los libros o bien disminuir su porcentaje de IVA, habiendo ya descartado las más populares.

Una razón que aparece entonces es la de disminuir las barreras de edición de los libros, disminuyendo el riesgo económico de ampliar el portafolio editorial. Esto aumentaría, quizás, la variedad de los libros editados en Chile y, por tanto, el número de títulos y quizás también la diversidad de editores. Es esto lo que probablemente explica que los principales activistas por quitarle el IVA al libro —en Chile y en el mundo— sean editores. Pero, como concluye Abbagliatti, debe distinguirse claramente “que una cosa es fomentar la industria del libro en el país y otra es fomentar la lectura”.

Una política como la señalada es totalmente elitista en el contexto actual, pero no por ello debe ser descartada para el futuro próximo: generar un patrimonio editorial para las generaciones futuras no es un asunto irrelevante. Sin embargo, esta política en particular debe enmarcarse coherentemente en una política global relativa a la industria editorial que vaya de la mano con los progresos efectivos que se logren en la superación de las barreras cognitivas y la generación de hábitos lectores en la población (Suecia bajó el IVA al libro sólo cuando tenía un escaso 14 % de “no lectores” y un 7 % de analfabetismo funcional). Así, urge avanzar en la generación de lectores que vuelvan sustentables y justificables políticas como la de retirar el IVA a los libros, al mismo tiempo que generar una panorámica clara de la industria editorial chilena, para conocer los factores sobre los cuales se podría actuar a nivel de políticas públicas para disminuir el precio de los libros en nuestro país y aumentar su variedad.

Es por esto que el equipo programático de cultura de Evelyn Matthei ha propuesto una serie de potentes medidas orientadas principalmente a combatir las barreras cognitivas que separan a millones de chilenos de la lectura, invertir decididamente en bibliotecas públicas y mediación lectora y, al mismo tiempo, implementar medidas que mejoren la industria del libro (como ampliar el beneficio de la depreciación acelerada a toda la cadena editorial o eliminar los costos de envío de libros dentro de cada región), considerando necesario crear, además, una Comisión de la Industria Editorial que genere la información necesaria para construir una política de estado de largo plazo respecto al libro en Chile, que pueda ir madurando junto a los lectores y sus hábitos.