Columna publicada en Chile B, 11.09.13

 

En su Introducción a la Historia, Marc Bloch formula una pregunta que con frecuencia recibimos quienes cultivamos esta disciplina: “¿Para qué sirve la Historia?” Esta interrogante no tiene una respuesta unívoca. La Historia ha contribuido decisivamente a la comprensión de las cosas humanas pero, en el mundo de hoy, parece estar relegada a la categoría de hobby cultural o entretención docta. Quizás sea la misma falta de utilidad “práctica”, que sí puede reconocerse en otras ciencias y disciplinas –como la ingeniería, la medicina, la arquitectura–,  lo que ha generado una relativa pérdida de interés por la Historia.

Conmemoraciones como la de hoy, cuando se cumplen 40 años de nuestro quiebre democrático, permiten reconocer y recobrar la importancia de la Historia, como aquella disciplina que intenta dar cuenta de nuestro pasado. Bloch escribió esta obra en 1944, mientras era cautivo en un campo de concentración nazi, y no llegó a verla publicada. Algunas de sus reflexiones, fruto de una intensa vida académica, parecen especialmente pertinentes para esta ocasión:

1. “Un fenómeno histórico nunca puede ser explicado en su totalidad fuera del estudio de su momento”. Profundizar en la historia de Chile de las últimas décadas del siglo XX, exige un esfuerzo intelectual para evitar las simplificaciones o encasillamientos, y ponderar adecuadamente los acontecimientos en su particular coyuntura. Los hechos que rodean el golpe de Estado de 1973 pueden parecernos absurdos e inconcebibles desde la perspectiva actual. Sin embargo, si nos situamos en el contexto del Chile de ese entonces –en plena Guerra Fría y en una extrema polarización ideológica–  donde se justificó y se hizo uso de la violencia como método político, entonces el pasado adquiere alguna forma plausible —y no por eso menos horrorosa. Las violaciones a los DDHH forman parte de nuestra historia colectiva, y no es seguro que expulsándolas de allí —para integrarlas a una galería del horror— lleguemos a comprenderlas. Así, los sucesos no se muestran como un capítulo de locura momentánea de una persona, un sector o de una generación, sino como hechos cuya gravedad –especialmente de las atroces violaciones a los derechos humanos– y complejidad puede y merece ser estudiada. Es decir, hay que integrarlos en una narrativa que nos permita comprender las condiciones de posibilidad de aquello. Sólo ese esfuerzo se puede traducir en un genuino trabajo por evitar los mismos errores a futuro.

2. “Comprender el presente por el pasado”. Esta es, quizás, nuestra gran tarea pendiente. Si no somos capaces de construir un relato coherente y fidedigno sobre lo que ocurrió el 11 de septiembre de 1973, y las décadas anteriores y posteriores a esa fecha, las divisiones que todavía están presentes seguirán persiguiéndonos. Si aprendemos a captar los matices de la historia, a no encajonar los hechos, y sobre todo a no “utilizarlos” políticamente podremos, quizás, dejar de mirar el pasado como campo de lucha política. En esto, el desafío de nuestros dirigentes políticos es enorme. La reconciliación no se agota en las necesarias tareas de verdad, justicia y reparación. En muchos sentidos, se trata de un desafío político. Basta recordar que tuvimos dos actos paralelos de conmemoración del 11 de septiembre, para darnos cuenta cuán lejos estamos de configurar algo así como una narración común.

3. “Una palabra debe dominar el iluminar nuestros estudios: comprender”. La historia, como disciplina, no busca juzgar ni justificar, sino explicar y comprender. Ese es el objetivo con el que interroga al pasado. Las preguntas históricas no son preguntas puramente morales, sino que tocan dimensiones muy profundas del fenómeno humano. Debemos buscar la verdad, aún sabiendo que nunca la encontraremos en su totalidad; porque nuestro conocimiento del pasado es indirecto, a través de huellas que vamos descubriendo a cada momento, en un constante progreso. También hay que tener en cuenta que el historiador nunca es completamente imparcial y, por tanto, la plena objetividad es una pretensión utópica, que sí puede suplirse de alguna manera con rigurosidad y honestidad intelectual.

Bloch, al preguntarse por la legitimidad de la Historia como disciplina, afirma que el conocimiento de los hombres en el tiempo no tiene una finalidad distinta que la de cualquier otro conocimiento humano: guiar nuestra acción y ayudarnos a vivir mejor. No viene mal recordarlo en un día como hoy.