Columna publicada en diario La Segunda, 27.07.13

 

La Concertación, con apéndice comunista y todo, parece una taza de leche. Ya que Michelle Bachelet es el caballo de Troya para reconquistar el poder, nadie osa molestarla. Como en la época del absolutismo, la política adquiere forma cortesana: pequeñas conspiraciones aguardando el momento oportuno, conversaciones con los confesores reales, intentos de congraciarse con el soberano, y bufones y saltimbanquis buscando ministerios. El problema al interior de la “Nueva Mayoría” es el acceso al poderoso y poco más.

La derecha, en cambio, no lava la ropa sucia en casa y es incapaz de esconder sus conflictos. Nunca lo ha hecho: luchas personales, frases venenosas y batallas de poder son parte de la tradición de este sector. Pero al final, cuando sus adversarios de turno ya pregonan la disolución de la derecha, ésta llega a un acuerdo temporal en torno al cual se vuelve monolítica. Y ese acuerdo, esta vez, se llama Evelyn Matthei.

Bachelet genera una especie de devoción mariana politizada: su aura materna está a la vez revestida con las galas del poder. Y todos los que la contemplan se ven a sí mismos reflejados en ese espejo que es la ambición de poder: intelectuales iluminados escriben libros para convencerla, jóvenes que sólo ayer la recriminaban le rinden tributo y sus comisiones programáticas reúnen personas que no tienen nada que ver entre sí, excepto el culto bacheletista y la ambición.

Matthei encarna el principio de autoridad: el cambio dentro del orden, que es la viga maestra de todo el pensamiento político de la derecha. De carácter recio, sin dejar de ser femenina, y sin pelos en la lengua, hasta el extremo de usar en público expresiones “portalianas”, ejerce un liderazgo claro y sin rodeos. Liberal, por lo demás, logra, gracias a esa aura de autoridad articular a su alrededor a los conservadores.

Tanto Michelle como Evelyn están marcadas por su relación con hombres de carácter vinculados a las Fuerzas Armadas: sus padres son el general de brigada Alberto Bachelet, leal hasta la muerte al gobierno de Salvador Allende, y el ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea Fernando Matthei, “díscolo” de la Junta Militar. Y ambas mujeres han debido pelear por un espacio -y han triunfado con creces- en un medio machista que las miraba sólo como “hijas de militar”.

Ante este escenario, los espadachines de lado y lado, viendo que la contienda no será un trámite, se preparan. Bachelet deberá enfrentar las mediocres cifras económicas de su gobierno anterior, y probablemente preguntas insidiosas sobre el tsunami y sus supuestos vínculos ochenteros con el FPMR. A Matthei -era que no- tratarán de jugarle el oxidado comodín de vincularla con la dictadura. Incluso es posible que en los aparatos de propaganda de la Concertación surja de nuevo la idea de relacionar, sin evidencia, a Fernando Matthei con la muerte de Alberto Bachelet.

Pero el desafío que ambas tienen es, desde sus distintos carismas, hablar de futuro y unidad nacional, y articular propuestas de perfección institucional realistas que permitan reencantar a los chilenos con Chile. Y los chilenos tendremos que dirimir, más allá del ruido de los espadachines, si creemos que la calma de la que surge Bachelet es o no el presagio de tormentas futuras, o si las tempestades de las que emergió Matthei son la posibilidad de reconquistar una República ordenada (o más bien lo contrario). La respuesta, aunque les duela a muchos cortesanos que se creen listos para la foto, está lejos de ser obvia.