Columna publicada en diario El Mostrador, 31.07.13

 

Los últimos acontecimientos nos han ayudado a recordar que en la política no existen los escenarios fijos ni las circunstancias definitivas. La Alianza ha vivido esto en carne propia, pero como ha dicho Héctor Soto, ya saca cuentas alegres: en tan sólo una semana logró acordar una candidatura presidencial única y, según parece, altamente competitiva. Además, agregan los líderes oficialistas, si a la Nueva Mayoría le ocurriera algo similar, experimentaría una escalada de conflictos aún más aguda y compleja. Esta hipótesis resulta verosímil: cualquier coalición que sufriera la imprevista baja de su candidato(a) presidencial enfrentaría un escenario crítico, pero ello se agravaría en el contexto de la Concertación, cuyo posible éxito electoral está indisolublemente unido a la popularidad de Michelle Bachelet, y donde además coexisten visiones que tienen muy poco en común —José De Gregorio y Karol Cariola, René Cortázar y Camilo Ballesteros, etc.

Sin embargo, esa constatación no debiera tranquilizar a nadie en la Alianza: mal de muchos, consuelo de tontos. Tener una candidatura presidencial unitaria no garantiza, en absoluto, enfrentar adecuadamente el principal desafío que la coyuntura actual impone al oficialismo y a los sectores independientes no identificados con las ideas de la Nueva Mayoría. Este desafío se da en un nivel más profundo, en el plano de la legitimidad y las ideas —asamblea constituyente, crisis del modelo, etc.—, y en ese ámbito, como ya se ha dicho hasta la saciedad, la Alianza ha ofrecido muy poco. Es curioso que esto no llame la atención: los líderes de RN y la UDI suelen repetir que al interior de la Alianza existe un importante grado de acuerdo en torno a las ideas “del sector”. ¿Por qué, entonces, no hemos visto un mayor grado de discurso político y articulación intelectual en la órbita de la centroderecha?

En este sentido, vale la pena mirar a la Nueva Mayoría. Su configuración presenta alianzas más que dudosas, y aristas francamente problemáticas, eso es indiscutible. Sin embargo, ello no le ha impedido incubar liderazgos que —más allá de su radicalización— entienden que la política exige diagnósticos, discursos y programas; sueños compartidos, mediados por ideas y articulaciones que no se agotan ni por si acaso en el campo económico. Esto es lo que permite hacer realidad los principios y propósitos sustentados en la arena pública. Y a pesar de las enormes diferencias que tienen en su interior, sus líderes dialogan con (o al menos dan protagonismo a) intelectuales que, a su vez, se han ganado su lugar. Estos comprenden el aporte que pueden hacer en la esfera política, llenando de contenido —para bien o para mal— la acción del conglomerado encabezado por Michelle Bachelet.

Por eso, si la candidata de la oposición quedara fuera de competencia, la Nueva Mayoría tendría un gran dolor de cabeza, probablemente irresoluble en el corto plazo, pero que difícilmente detendría su proyecto transformador: a final de cuentas, éste no depende de una candidatura. En eso tiene mucho que ver el diálogo recíproco entre política e intelectualidad que la ex Concertación ha cultivado desde antaño, el mismo que les permite, en todo caso, estar llevando adelante un trabajo programático serio y coordinado  en la contingencia actual. Ciertamente esto no basta para gobernar: se requiere un liderazgo político capaz de dirigir y proyectar dicho trabajo, que en el caso de la Nueva Mayoría no es claro que exista –por lo pronto es evidente la progresiva incomodidad de los sectores más moderados de la ex Concertación. Sin embargo, cuando no existe esa articulación intelectual, llevar adelante un gobierno y no una mera administración es una utopía, o al menos una ingenuidad.

Las culturas políticas y los proyectos de largo aliento no se desarrollan de un día para otro, ni dependen de una sola persona. Por eso, si bien urge una agenda alternativa o al menos una crítica inteligente que desafíe la legitimidad de las propuestas de los sectores de izquierda, difícilmente vamos a observarla en el corto plazo. Esto tiene más que ver con las humanidades y las ciencias sociales que con los números y los gráficos. Y aunque quisieran, ni el Presidente Piñera ni la candidata Evelyn Matthei podrían, hoy en día, presentar un libro del tenor de “El Otro Modelo”. Puede no gustarnos su contenido, pero por el momento no se vislumbra un trabajo de esa índole en el mundo de la Alianza. No es que sea imposible responder y proponer en el mismo registro. El tema está en que existe un vacío cuya superación, claramente, requiere más de una semana.