Columna publicada en diario La Segunda, 1.06.13

La Concertación, como toda gran máquina para procesar poder, siempre ha tenido más de una cara. Y su juego de caras es justamente lo que le permite apostar por la hegemonía: tiene una faz de izquierda, otra de centro y otra pragmática-tecnocrática, las cuales muestra según la situación.

La derrota del conglomerado a manos de Sebastián Piñera en 2010, por eso, es inseparable de la lucha de Marco Enríquez-Ominami contra la Concertación. Cada golpe que Piñera daba a la campaña de Frei era rematado, desde la izquierda, por ME-O, quien le negaba a la Concertación la superioridad moral de la “lucha contra la dictadura” que habían usado y abusado para legitimarse por veinte años.

La Concertación, luego de esa batalla a dos bandos, quedó malherida. Sus errores, una vez derrotada, se hicieron evidentes. Uno había sido tender al centro descuidando el flanco izquierdo. Otro, vinculado al anterior, fue pensar que el discurso del “yo luché contra la dictadura” le daba una legitimidad que la corrupción, la negligencia y la arrogancia no podían amenazar. El tercero, por último, es que la derecha podía tender al centro con éxito y sin riesgos de quiebre interno. La pregunta para la Concertación, sabiendo todo esto, era cómo reinventarse, recobrar la legitimidad y volver al poder. Y no se veían muchos caminos. Tenían a Bachelet, pero les faltaba un discurso, un “para qué”.

La respuesta, como caída del cielo, fue el movimiento estudiantil. Una fuente de legitimidad, juventud y consignas de la cual la Concertación podía beber para revivir, si era lo suficientemente astuta. Y lo es.

El Partido Comunista juega un rol importante en este puzle: tiene sed de poder, controla a “Camila” y es indiscutiblemente de izquierda. Es uno de los muros que Bachelet necesita para cuidar su flanco izquierdo de ME-O y de José Antonio Gómez. Y pese al bluff inicial de Teillier en cuanto a “votar por programas”, al poco rato se hizo evidente que su margen de negociación era poco y que peligraban los beneficios del pacto para el PC (especialmente asegurar el cupo a Camila Vallejo), por lo que las cúpulas obraron pragmáticamente, olvidándose de los programas.

La otra movida necesaria para la Concertación era instrumentalizar al movimiento estudiantil apropiándose de sus consignas y legitimidad. Esto se busca con las comisiones (una para cada eslógan), incluyendo a figuras como Fernando Atria y Javiera Parada, y coqueteando con Revolución Democrática, quienes se apresuraron a mostrar afinidad con Bachelet (eso les costó caro y quedaron sin capacidad de negociación).

El problema, en segunda instancia, es que Bachelet debe girar hacia el centro luego de las primarias para reencontrarse ahí con Orrego y con Velasco, que son claves para que ella cumpla las expectativas de su electorado moderado. Y ese giro se verá dificultado por los comunistas. Después de todo, aliarse con un partido que predica una ideología totalitaria y apoya tiranías como Cuba y Norcorea no es algo muy defendible cuando se apunta al centro.

Esta tensión tiene pocas salidas: o el PC apuesta por una “renovación” como la del PS y se transforma en un partido de centroizquierda ufanado de su pasado extremista (como hizo Teillier en la “interna”, legitimando un pacto con la Concertación y hablando sobre el FPMR) o estiran el elástico con los sectores concertacionistas moderados hasta romperlo, apostando por izquierdizar definitivamente al conglomerado completo, en cuyo caso más le valdría a la DC y a Velasco tender puentes preventivos hacia la centroderecha.