Columna publicada en diario La Tercera, 29.05.13

 

“Jamás estaría dispuesta a hacer campaña por Bachelet ni a llamar a los jóvenes a votar por ella”. “Yo no recibo órdenes de partido”. Las frases pertenecen a Camila Vallejo, y las pronunció hace no tanto tiempo, en una entrevista al diario El País. Pues bien, Camila beberá del amargo cáliz, porque muy pronto tendrá que llamar, de modo más o menos explícito, a votar por Bachelet. Más aún, según confesión del propio Teillier, el blindaje de su candidatura parlamentaria fue el precio cobrado por el PC para respaldar a la ex presidenta. Queda claro que militar en el PC implica aceptar las órdenes de partido.

En todo caso, nada de esto merece que rasguemos muchas vestiduras. El PC simplemente echó mano a su legendario pragmatismo, arrimándose al árbol más frondoso de la pradera. Para Michelle, el negocio parece redondo. La foto de campaña que se sacará con Camila -mirando al futuro, sonrisas cómplices- simbolizará la cooptación del movimiento estudiantil, que parecía tan puro hace un par de años. Además, Bachelet cumple el sueño de todo candidato: recibe apoyos sin ofrecer una gota de claridad programática. La imagen es todo.

Los problemas vendrán más tarde, cuando haya que ponerle algún contenido a todo esto: la ambigüedad de la candidata socialista no puede durar eternamente. Y no sólo porque su silencio daña gravemente la calidad de nuestra esfera pública -la política es deliberación, pero para deliberar se necesita que los participantes manifiesten algo-. También porque las señales equívocas pasan la cuenta más tarde. El actual Presidente sabe algo de eso: la falta de definiciones en su campaña le ha impedido, hasta hoy, delinear nítidamente su identidad. Con todo, es quizás el PC quien hace la apuesta más arriesgada: a cambio de unos pocos cupos, seguirá contribuyendo a validar una institucionalidad que considera ilegítima. ¿Cómo explicar esta súbita voluntad de mayoría del PC?

Los comunistas han defendido su decisión con el argumento siguiente: la Concertación, dicen, se ha movido hacia la izquierda asumiendo las banderas del PC. Eso tiene algo de cierto, pero contiene un peligro en ciernes: más allá de la crítica fácil, nadie en la oposición ha sido capaz de darle alguna forma coherente a esa crítica al modelo. Es fácil criticar al sistema por fuera, lo difícil es hacerse cargo de las dificultades por dentro. Al recibir el apoyo del PC, Michelle Bachelet juega con fuego y corre el riesgo de profundizar el desacople entre discursos y hechos, entre expectativas y realidad.

La cornisa es estrecha, pero jugar a radicalizar ese desacople equivale  a aserruchar la rama que nos sostiene a todos. Dicho de otro modo, la foto de Camila y Michelle es casi más peligrosa que rentable, porque encarnan lógicas difícilmente compatibles. El laberinto es endiablado, y los cálculos electorales y el pragmatismo desatado son insuficientes para salir de él. En rigor, ese laberinto requiere de capacidades políticas bien excepcionales. Por eso, el problema no reside en el apoyo del PC, que incluso podría ser una buena noticia para el sistema; la dificultad central pasa, nuevamente, por el silencio de Michelle Bachelet: un comunista nunca será tan peligroso como un candidato que no habla.