Columna publicada en diario Pulso, 16.05.13

 

Carlos Peña publicó el domingo recién pasado una columna criticando los dichos de Jorge Awad,  quien pretendía defender la práctica bancaria del cobro de comisiones unilaterales. En ella, el rector de la Universidad Diego Portales (UDP) explica correctamente que el “capitalismo” -aunque hubiera sido más preciso que dijera “el libre mercado”- supone ciertos principios morales para poder operar, sin los cuales se degenera. Y los cobros unilaterales, aunque los autorizara una circular de la Superintendencia, violan, en nombre de la “eficiencia”, los principios básicos de la lógica contractual que es fundamento del orden liberal.

El argumento del rector de la UDP coincide con lo expresado por Hayek en su ensayo “Individualismo: el verdadero y el falso”. En este, Hayek las emprende contra los “pragmáticos” que pretenden gobernar sus decisiones sin atenerse a principios, sino a la mera conveniencia y oportunismo, y opone al egoísmo una concepción del individualismo que justamente funda en el uso responsable de la libertad, que es aquel que protege, al desplegarse, la libertad de todos los demás individuos.

En el caso del señor Peña, eso sí, éste concluye, a diferencia de Hayek, que la paradoja del capitalismo “es que hay que defenderlo de los capitalistas”, convirtiendo el caso de Awad en un ejemplo para mostrar la necesidad de la regulación legal para la operación de los mercados. Sin embargo, esta afirmación pierde fuerza frente al hecho de que la práctica condenada como abusiva se produce desde el interior de uno de los mercados más regulados que existen en el país: el bancario. Y no sólo eso, sino que fue una práctica expresamente autorizada por la entidad reguladora (en el período Lagos-Bachelet), que es lo que alega Awad, con algo de razón, cuando dice que los bancos “no abusaban” porque no violaban la ley, sólo que confundiendo ética y legalidad.

Como sabemos, existen muchos modelos de banca. El más común hoy es, como el chileno, uno que combina la banca privada con una fuerte regulación central de la misma, lo que permite otorgar, supuestamente, cierta seguridad a los ahorrantes al mismo tiempo que a los inversionistas bancarios. El Estado, en estos sistemas, tiene un poder de intervención relativamente alto respecto de la banca, pero, al mismo tiempo, suele salir en su ayuda en los momentos de crisis en que los bancos se ven amenazados por la quiebra. Todo esto sumado a las leyes de encaje bancario o reserva fraccionaria que permiten a los bancos prestar varias veces (según fije la ley) lo que captan, generan un sistema en teoría estable, pero amenazado por diversos riesgos morales.

Así, apuntar a un sistema bancario con regulación central y reserva fraccionaria como ejemplo de “capitalismo” o de “libre mercado” es, al menos, cuestionable, en especial cuando la última crisis financiera puso el riesgo moral de estos sistemas en el ojo de las críticas liberales contra el llamado “crony capitalism”, reviviendo un debate centenario sobre la banca libre y el patrón oro.

Lo irónico es que, aclarado que Peña se equivoca al atribuir a la ausencia de regulación la práctica criticada, termina en una posición similar a la que reclama Awad: el marco ético de una sociedad debe ser su legalidad. Así, no tiene sentido exigir eticidad por sobre la legalidad, ya que la avidez humana sólo se somete a la fuerza. Pero lo que Peña perdió de vista en el camino de su argumento es que esos principios, que al comienzo correctamente señala como necesarios para que el libre mercado exista, no son un engendro de la ley, sino una realidad que debe verificarse en la moralidad y las costumbres de las personas, y que no hay regulación, por muy perfecta que sea, que aguante la violación masiva de sus principios.

Luego, la advertencia que requieren Awad y “los banqueros”, como traté de explicar en mi exposición en la última Enade, es que sin convertir las exigencias de la buena fe en hábitos y procedimientos al interior de sus instituciones, terminarán matando a la gallina de los huevos de oro, que actuar en el límite de lo legal es desangrarla de a poco y que el tipo de mercado en el que operan justamente exige un particular cuidado en este sentido, ya que es mucho más fácil destruir la confianza que repararla.

En Chile, los instrumentos de ahorro y préstamo se han vuelto cada vez más complejos al mismo tiempo que más y más personas acceden a ellos. La bancarización es un fenómeno que se extiende, pero no ocurre así con la fuerte educación financiera que debería acompañarla. Esta situación, finalmente, pone a los bancos en una posición de asimetría de información con la mayoría de sus clientes, que no comprenden bien qué es un banco, cuáles son las diferencias entre sus productos y cómo puede compararlos con otras ofertas. Esta situación de asimetría, sumada a la complejidad propia de los contratos de adhesión bancarios y la existencia de intereses muchas veces contrapuestos entre el funcionario encargado de vender los productos y el consumidor, hace que se multiplique el riesgo de que surjan abusos en la relación que merecen especial atención. Así, el señor Awad y su gremio deberían tomar lo ocurrido como una oportunidad para la auto- observación y la reflexión orientada a mejorar sus estándares. Tomar la delantera en esto es lo único que les asegurará, por un lado, estar al resguardo de los vociferantes y de la hiper-regulación y, por otro, obrar como deben obrar quienes son libres y responsables