Columna publicada en Chile B, 04.03.13

Después de tan solo un par de semanas de su elección ya es posible vislumbrar que uno de los “sellos” del pontificado de Francisco, primer papa latinoamericano, será sin duda su “opción por los pobres”. Esta característica de la Iglesia Católica universal adquirió especial relevancia luego del Concilio Vaticano II y la publicación de la Encíclica Populorum Progressio; y en América Latina tuvo un eco particular que se vio reflejado en las Conferencias episcopales de Medellín el 68, Puebla el 79, Santo Domingo el 92 y recientemente en Aparecida el año 2007.

La enorme desigualdad social, la miseria, el hambre, la ignorancia, la violencia y un sinnúmero de problemas que azotaban a este continente, en medio de fuertes crisis políticas y económicas, fueron vistas por los pastores de la Iglesia como “signos de los tiempos” que urgían a la acción concreta por parte de los cristianos. En este sentido, era lógico que la opción preferencial por lo pobres, que la Iglesia Católica siempre había proclamado, tomara un papel más relevante marcando un carisma especial en la Iglesia latinoamericana que se mantiene hasta hoy, y del que el Papa Francisco es heredero.

La opción por los pobres, sin embargo, no ha estado exenta de visiones reduccionistas, que la desvían de su verdadero significado, e intentan apartar a la Iglesia de su camino. Una concepción materialista de la justicia social que lleva a buscar soluciones de la misma índole, entendiendo el Estado o el Mercado como fines en sí mismos y no como medios que deben estar al servicio de la dignidad humana.

Así, a fines de la década de los 60, en plena Guerra Fría, algunos sectores católicos apostaron por la hermenéutica marxista para interpretar este mandato evangélico, dando origen a la Teología de la Liberación. Para esta corriente la opción por lo pobres implicaba únicamente la liberación política del pueblo oprimido, entendida dentro de la categoría marxista de la lucha de clases. Vale decir, la liberación adquirió una dimensión exclusivamente temporal, hasta identificar la revolución con la Redención y al socialismo marxista con el Reino de Dios. Puso el acento en la transformación de las estructuras políticas y económicas como único medio para manifestar el compromiso cristiano con los pobres, excluyendo a la moralidad individual y la lucha contra el pecado en estos anhelos de justicia.

La radicalización a la que llegó la Teología de la Liberación respondía a la apatía que se había apoderado de los ambientes cristianos frente a la “cuestión social”. La profunda brecha que existía entre ricos y pobres, y las graves carencias que sufría gran parte de la población mientras unos pocos vivían en la opulencia, resultaban particularmente contradictorias en un continente donde la mayoría (más de un 90%) de la población confesaba la religión católica.

Hoy en día este desinterés vuelve a estar presente. Vivimos en una sociedad materialista y superficial, y esas características empapan nuestros vínculos con los demás al punto de impedir un abordaje que no sea frívolo de los problemas que afectan la dignidad humana, incluso si es nuestra propia dignidad la afectada. La opción por los pobres se ha quedado, en muchos casos, en meros discursos emotivos o en pequeñas limosnas, que lejos están de prestar una ayuda real y eficaz que exige este compromiso.

Francisco, a través de numerosos gestos y palabras, vuelve a recordarnos sobre este elemento esencial del cristianismo, conforme a las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia. “La opción por los pobres nos implica personal y socialmente”, recordaba Benedicto XVI. Es necesario crear un orden social justo, pero no bastan las estructuras para garantizar justicia, si éstas no están precedidas por un consenso moral de valores fundamentales. Primero es necesaria la transformación del hombre -en su actuar personal que necesariamente se reflejará en su comportamiento en el ámbito social, económico y político- para luego poder transformar su realidad. Y ahí apunta la Iglesia, como bien señala en su Doctrina Social: “La opción por los pobres se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente a nuestras responsabilidades sociales”. En luchar por la dignidad “de cada hombre y de todos los hombres”, que pasa por velar por sus necesidades materiales, culturales y religiosas.