Columna publicada en diario La Segunda, 6.04.13

Hablo con un político viejo de la Concertación y me dice que “esto está listo, mejor ni hacer primarias en la centroizquierda”. Mi expresión debe ser la de alguien que mastica natre. El señor me mira con algo de lástima, intuyendo que los años todavía no me acostumbran a la realpolitik . “El error de Allamand y Golborne es no discutir entre ellos”, me dice. Yo pienso que puede ser. Quizás. Vaya a saber uno. De comunicaciones no tengo idea. “Es que Bachelet es muy hábil, muy hábil”, remata.

Y es cierto. Ella ha llegado a ejecutar un plan que incluye un arribo semirreligioso, esconder a los personajes “oscuros” de la Concertación y el Partido Comunista (a casi toda la plana mayor de sus partidos), y hablar generalidades lo suficientemente precisas como para que signifiquen algo y lo suficientemente ambiguas como para que los medios de comunicación y las redes sociales se dediquen a especular sobre lo que de verdad habrá querido decir.

Y entonces me piden que escriba una columna sobre “lo que de verdad habrá querido decir”. Por ahora, sólo ha dicho “No al lucro” y “avanzar en gratuidad”, el mismo eslogan que escuchamos todo el 2011. Lo repitió la semana pasada y no aceptó preguntas. Sólo sabemos que no tiene programa.

Bueno, el lucro en universidades está prohibido y “avanzar en gratuidad” puede significar cualquier cosa. Quizás ella quiera terminar con la educación particular subvencionada. Puede ser. Los teóricos de la educación de izquierda le tienen particular mala a la segmentación del mercado educacional. De calidad no dijo nada.

Supongo que las declaraciones de Bachelet podrían ser simplemente un guiño al movimiento estudiantil, con cuya aura de juventud y renovación pretenderá vestir a los señores con los que eventualmente podría gobernar, que hoy mantiene escondidos.

Mientras pienso en esto, escucho el debate en la “honorable” Cámara de Diputados sobre los méritos que tendría el ministro de Educación para ser acusado constitucionalmente por “no fiscalizar tanto el lucro”. El nivel de los argumentos de la parlamentaria que toma la palabra, Alejandra Sepúlveda, es miserable. Hay ambiente de circo romano en el hemiciclo. El ministro Harald Beyer habla. Su abogado defensor, Enrique Barros, un hombre que vive de hacer que las leyes se apliquen, les da una lección de derecho a los mismos que hacen esas leyes. Pero da igual. “Están los votos”, tuitea satisfecho un parlamentario opositor.

La impresión que esto deja es que el problema de la educación lo está procesando el sistema político, pero en función de sí mismo. Esto significa que “lo educacional” está siendo usado como excusa para activar los antagonismos entre grupos que disputan el poder dentro del sistema político, pero no se está discutiendo cómo mejorar la calidad del sistema educacional. Así, el debate parece reducirse a un burdo “más Estado, menos Estado”.

Leo que el presidente del PS, diputado Osvaldo Andrade, dice en los pasillos del Congreso, tras ser aprobada la agresión constitucional contra Beyer, “Ya matamos a uno”. Eso me recuerda las orgullosas declaraciones del timonel comunista Guillermo Teillier sobre sus vínculos ochenteros con el FPMR. Ellos son dos de los “escondidos” en el verdadero caballo de Troya de la Concertación en que se ha convertido Michelle Bachelet, pero en esa lista caben Girardi, Vidal, Escalona, Auth y un etcétera larguísimo que, bien al fondo, guarda a Bitar, Hornkohl, Zilic y Provoste, testimonios vivientes de la preocupación concertacionista por la educación.

“La realpolitik “, me había dicho el político viejo, “así es la realpolitik “.