Columna publicada el 3.11.2012 en La Segunda

A medida que los resultados de estas primeras elecciones municipales con voto voluntario se iban conociendo, la sombra del déficit de participación iba añadiendo una nota de ridículo a las victorias y derrotas que se registraban. No es que las hicieran ilegítimas, sino un tanto patéticas, como aquellos partidos de fútbol que, ofreciendo un espectáculo totalmente mediocre, hacen un poco irrelevante el resultado.

En el plano de las cuentas chicas, no puede decirse que la Concertación ganó (no aumentó significativamente sus votos), pero sí que la Alianza perdió. Es decir, se genera un cuadro parecido al del triunfo presidencial de la centroderecha, donde el factor más gravitante fue el desgaste intelectual, político y moral de la Concertación luego de casi 20 años de gobierno.

En la evaluación general, en tanto, da la impresión de que estas elecciones hicieron visibles las consecuencias de la mala calidad de nuestra política, lo pobre del nivel de su debate y el relajo de los partidos ante las malas prácticas con tal de conseguir sus cometidos.

Ambas perspectivas dejan lecciones que deben ser procesadas por los distintos grupos políticos, pero también, y muy especialmente, por el Gobierno, ya que parece jugarse en esta lectura la posibilidad de hacer viable otra administración de la Alianza… y a la Alianza misma.

La coalición gobernante está herida. En esas condiciones, mantener el buen ánimo es distinto a ser complaciente. Mantiene el ánimo y muestra con orgullo el daño recibido quien cree que las heridas valen la pena y son por una causa justa. Niega las heridas quien, de alguna manera y por alguna razón, se avergüenza de ellas, pero no se atreve a hacerlo público. Y es claro que hoy el debate de la centroderecha está más bien entre la negación de lo que es evidente, y la búsqueda de autocrítica y exposición del déficit. Nadie defiende la idea de que la herida del sector deba ser lucida con orgullo.

Así, el Gobierno y los partidos de centroderecha tendrían dos caminos a futuro: o se atreven a exponer su debilidad y comenzar un trabajo a fondo por superarla, o bien se aferran a esa actitud “winner” que tanto daño ha hecho al Gobierno, y repiten que la culpa es del resto, para mezquina tranquilidad de algunos políticos del sector que se saben mediocres y que constituyen una verdadera burocracia de la repartija de cargos

Sólo la opción menos cómoda parece razonable en estas circunstancias: si el Gobierno no asume el liderazgo para la rearticulación intelectual y política del sector durante el año que queda, la Alianza no tendrá nada mucho más interesante que ofrecer ante la dulce mediocridad de la Concertación encarnada en una candidatura de Michelle Bachelet, fundada en su carisma y en las ansias por muchos de recuperar el poder como sea.

Ya habíamos advertido esta situación en el libro “Gobernar con principios. Ideas para una nueva derecha”, escrito junto a Francisco Javier Urbina, donde planteamos que tarde o temprano el vacío intelectual y político del sector le pasaría la cuenta.

Partidos, think tanks y Gobierno deben dar inicio a un debate de ideas al interior de la centroderecha, abrir espacios de participación a nuevas fuerzas políticas que quieran sumarse y no tener miedo de que los mediocres del propio lado caigan o pierdan influencia. De ese proceso deben surgir los programas y los candidatos de las próximas elecciones parlamentarias y presidenciales. En ese proceso, en fin, debe ganarse el derecho a lucir con orgullo las heridas que la política, inevitablemente, produce y seguirá produciendo.