Columna publicada el 22/11/2011 en La Nación 

Se ha instalado la idea de que es necesario eliminar o reducir el impuesto a los libros, ya que ello traería consigo un incremento en la compra de un producto que es beneficioso para las personas. Es necesario analizar el fenómeno con mayor detención, distinguiendo las variadas aristas que complejizan el panorama, y ver qué hay de cierto en dicha aseveración.

Dentro de los pocos datos existentes que pueden iluminar el problema se encuentra la encuesta que viene realizando hace algunos años la Fundación La Fuente junto a la empresa Adimark. Su última versión, correspondiente a 2010,revela una inquietante cifra: un 52,8% de los chilenos se reconoce como “no-lector”, es decir, como personas que nunca o casi nunca leen libros. Puesto en simple, menos de la mitad de los chilenos lee un libro al menos una vez al año.

Dos detalles más: ante una posible disminución del IVA, 4 de cada 10 de los no-lectores señalan que comprarían más libros; de los que sí leen, asciende a 7 de cada 10. Esto significa que la mayoría de los que hoy no compran libros tampoco lo harían si los precios fueran más bajos, aunque sí aumentaría la cantidad de libros vendidos.

Pero una de las cifras más reveladoras señala que menos del 7% de los encuestados es socio o ha sacado un libro de una biblioteca en el último año. El panorama, por lo tanto, es bastante complejo. Si el alto precio de los libros es un impedimento tan grande para la lectura, uno tendería a pensar que las bibliotecas públicas –como las municipales o las de la red de Bibliometro– estarían llenas de gente y con la continua necesidad de adquirir más títulos para sus estanterías siempre demandadas. Pero el panorama no es así. Con gloriosas excepciones, las bibliotecas públicas resultan ser lugares bastante desolados.

Efectivamente, el precio de los libros en Chile es alto y podría bajar con una disminución del IVA. Pero una persona que hoy no está dispuesta a pagar 15.000 pesos por un libro nuevo, no lo hará tampoco si el precio se reduce a 12.000. Los que ya compran libros serían los principales beneficiados con esta medida, puesto que podrían continuar con las prácticas de consumo a precios más bajos. Pero más que eso, se hace necesario el desarrollo de políticas que incentiven el uso de las bibliotecas y de las organizaciones que ya tienen ese tipo de recursos y que son infrautilizados.

Si el debate en torno a cuánto leemos los chilenos se reduce a la imperiosa necesidad de bajar el precio del producto, se simplifica con ello la visión que tenemos de la cultura. La comenzamos a ver como una cualidad que se puede medir por medio de cifras de consumo, y no como la capacidad de crecer en raciocinio, valoración estética y espíritu crítico. Se vuelve así a la falacia de que a mayor compra de libros, mayor acceso a la cultura. ¿No estaremos valorando el libro en función del estatus social que supuestamente entrega? Más allá de nuestro poder de adquirir libros, lo que verdaderamente importa es nuestra capacidad de apropiarnos de su contenido y de distinguir las visiones de mundo que allí se contienen. La sola compra no significa un mayor cultivo de la persona.

Si no estamos dispuestos a dar un paso adelante en el incentivo de la lectura y del aprovechamiento de las instancias culturales que ya están disponibles –y que muchas de las veces son gratuitas o mucho más baratas que comprarse un libro nuevo– seguiremos considerando que el precio de los libros nos sumerge en la ignorancia. Podemos culpar al alto precio del libro de nuestros escasos índices lectores, pero las cifras llevan a pensar que el IVA no es el principal responsable del panorama en que vivimos. Porque si como sociedad de verdad queremos leer, las bibliotecas públicas, los libros usados, los textos disponibles en internet o el uso eficaz de los libros familiares y de amigos son sólo algunas de las miles de instancias que pueden alimentar nuestro interés por las ciencias, las humanidades y el arte. Efectivamente, comprar libros nuevos es caro, pero existen múltiples alternativas para aprovechar la lectura de libros como una oportunidad única de cultivo del espíritu humano.