Columna publicada en El Líbero, 03.09.2017

La semana pasada se transmitió el primer debate presidencial con los ocho candidatos en competencia. Si bien estas instancias son necesarias, en esta oportunidad dejó gusto a poco. Efectivamente, no es suficiente con preguntar a los candidatos sobre áreas muy específicas ni enrostrarles por quién votaban anteriormente. Lo primero nos puede llevar a respuestas como las de Alejandro Guillier, una lista inacabada de posibles proyectos y otra larga enumeración de problemas. Lo segundo sirve sólo para la anécdota, ya que no dice nada por sí solo.

Esto no significa que esas preguntas sean del todo irrelevantes o que no deban hacerse. Por el contrario, es importante que los candidatos estén expuestos a una evaluación pública y que sean capaces de responder no sólo con promesas vagas y frases elaboradas de antemano, sino también con propuestas concretas en áreas que lo ameritan.

Sin embargo, hace falta también otro tipo de preguntas, que sean al mismo tiempo más generales y desafiantes. ¿Cuál es la visión de los distintos aspirantes a La Moneda respecto de Chile? ¿Cuáles son los principales retos del país? En definitiva, se trata de interpelarlos por el horizonte al que aspiran, saber qué tipo de Chile se imaginan, más allá de los clichés vagos que suelen repetir todas las candidaturas, de izquierda a derecha.

Estas cuestiones han resultado ser más importantes de lo que comúnmente se cree. No hay que olvidar que Michelle Bachelet ganó en su segundo período con un diagnóstico y un programa que después tomaron por sorpresa a algunos de sus correligionarios, quienes dijeron haberla apoyado sin saber qué estaba proponiendo en realidad. Era en sus documentos programáticos donde residía el contenido del eslogan sobre “la educación como un derecho social, público y gratuito”, pero muchos lo pasaron por alto cuando aún estaban a tiempo de decir algo. Sería impresentable que una situación como ésa volviera a suceder.

Dicho lo anterior, es clave revisar los programas de gobierno de las distintas alternativas presidenciales. Aunque no contienen todo, sí permiten observar con mayor nitidez el proyecto político detrás de cada candidatura. Los debates, en ese sentido, serían más efectivos si ahondaran en esa visión, en el relato político de los candidatos, con sus propias omisiones y tensiones internas. Un ejercicio de esta naturaleza permitiría transparentar posturas ante el riesgo constante de la vaguedad y la ambigüedad que acecha en los encuentros de este tipo. Después de todo, es más fácil salir del paso con la promesa de construir un puente que ante la pregunta por el rol del Estado y de los privados, o por el lugar que ocupa la sociedad civil en el programa de los presidenciables.

Es decir, no se trata sólo de preguntar qué es lo que se propone, sino por qué y para qué se busca gobernar, y así comprender qué está en juego en la próxima elección. Teniendo este objetivo en mente, en los próximos días el IES publicará un documento con un análisis crítico de los programas presidenciales, con el que esperamos aportar al debate nacional.

Que los programas de gobierno sean importantes es una consecuencia directa de que las ideas influyen en la realidad, por lo que debiera resultar poco novedoso para quienes adscriban a esta premisa. Sin embargo, existen quienes tentados por el pragmatismo, creen que nada puede oponerse al “sentido común” y los hechos irrefutables. Sería un error continuar sin darles a estas ideas la relevancia que merecen.

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