Columna publicada en La Tercera, 22.10.2017

La candidatura de Guillier se ha vuelto sutil, ingrávida y gentil (como pompa de jabón). La levedad de su existencia y la negativa de Piñera a participar de los “debates” de nivel subescolar junto al resto de los candidatos, ha llevado al gobierno a optar por una nueva estrategia. Bachelet sale ahora al ruedo reconociendo que esto es entre ella y Piñera, y tratando de convertir la elección presidencial en un plebiscito sobre sus reformas y su dirección política.

¿Debe la derecha aceptar esta alza en la apuesta y entrar al juego? Algunos asesores podrían dudarlo. Después de todo, el ritmo zombi de la elección debería traducirse en una mayor abstención electoral y ésta, en teoría, le facilitaría el triunfo a Piñera. Luego, hacer lo mismo que Bachelet hizo la elección pasada -nada- podría ser lo más aconsejable. Sin embargo, esa mirada de corto plazo podría convertir un eventual triunfo electoral en una derrota política, porque después de ganar hay que gobernar. Y es muy distinto entrar con impulso y por la puerta principal a La Moneda, que entrar en silencio y por la puerta de atrás.

Con miras a gobernar luego de la elección, entonces, Piñera debería aceptar el nuevo juego de Bachelet, y doblar la apuesta. Él ya ha dicho, y lo repitió en la última Enade, que esta es una elección histórica, que afectará sustantivamente el futuro del país. Ahora debe decir por qué y cuáles son exactamente las alternativas sobre la mesa. Debe describir políticamente a su adversario, señalar los puntos de conflicto con él, y las alternativas que su coalición y gobierno ofrecerán. El problema es que nadie tiene todavía muy claro el contenido de la propuesta política del candidato de Chile Vamos.

Lo primero que Piñera debería hacer es aclarar cuáles son los puntos de conflicto principales con respecto a la visión socialista impulsada por Bachelet. En mi opinión, ellos se concentran en la idea de lo público, el rol y funcionamiento del Estado, el papel de la sociedad civil y el orden de las prioridades sociales y políticas. La visión de Bachelet confunde lo público con lo estatal. También pretende expandir lo más posible el Estado, sin reformarlo. Ha buscado reducir al mínimo y desplazar a la sociedad civil. Y le ha dado absoluta prioridad a las demandas del movimiento estudiantil, por sobre muchas otras necesidades.

Piñera debe plantear una divergencia fuerte en todos estos aspectos: defender una visión pluralista de lo público; un Estado fuerte, profesional y (realmente) subsidiario; una sociedad civil potente; y una opción preferencial por los más débiles, incluyendo a las familias de clase media en una situación vulnerable, y no una preferencia por los que gritan más fuerte. Luego, a partir de esas orientaciones, deben fluir las prioridades programáticas.

No es necesario, por otro lado, que Piñera diga que administrará mejor las cosas y reactivará la economía. Ese es su “desde”. Todos lo sabemos. La pregunta es si administrará mejor en la dirección trazada por Bachelet, o si tendrá la definición y la fuerza para plantear otro camino. Y el tiempo para responder esa pregunta se acaba.

Ver columna en La Tercera