Columna publicada en La Segunda, 10.10.2017

¿Por qué el segundo mandato de Michelle Bachelet abrazó una retórica refundacional? La pregunta es importante: a la larga, dicha retórica y sus implicancias —como la fragmentación de la centroizquierda— serán el verdadero “legado” de este Gobierno. Conviene, entonces, explorar sus causas y consecuencias.

Naturalmente, el fenómeno responde a varios factores, pero entre ellos destaca la curiosa nostalgia que evoca en ciertos círculos el Chile predictadura. El anhelo pareciera ser volver el tiempo atrás y rehacer, tanto como sea posible, el camino andado en el intertanto. Según explicamos en el libro “El derrumbe del otro modelo” (IES y Tajamar, 2017), esa nostalgia ha tenido diversas expresiones. Las más elocuentes han podido observarse en materia económica y constitucional. Sin ir más lejos, “El  otro modelo” se concibió a sí mismo como una némesis de “El Ladrillo”, y el manifiesto del “Proyecto Puentes” — suscrito por Atria, Fuentes, Sanhueza y otros miembros de la intelligentsia novomayoritaria y frenteamplista—afirma que “el problema constitucional es, todavía hoy, el 11 de septiembre de 1973”.

Pero aquella nostalgia es muy paradójica. Después de todo, algún problema habrá existido en Chile como para que la izquierda de la época haya empujado la vía chilena al  socialismo y la revolución con empanadas y vino tinto. Además, es extraño objetar la (indudable) impronta refundacional del régimen de Pinochet y, a la vez, promover una refundación de signo contrario. No parece demasiado consistente criticar una planificación global y al mismo tiempo impulsar otra, tal como denunciara tempranamente Jorge Correa Sutil.

Con todo, la mayor dificultad que enfrenta el ímpetu refundacional es que el Chile actual dista de ser un mero legado de la dictadura. Nuestro país, con sus luces y sombras, es el fruto de los acuerdos de casi tres décadas de vida democrática. Aquí asoma otra paradoja. Para la nueva izquierda, los acuerdos serían sinónimo de transacción, entreguismo o simple claudicación (no es casual que Boric haya disparado contra Patricio Aylwin a pocos días de su fallecimiento, ni tampoco que Jackson le haya imputado a Ricardo Lagos ser una especie de cómplice pasivo de la dictadura). Sin embargo, una de las objeciones más difundidas contra los arreglos institucionales incubados en el régimen de Pinochet es que fueron impuestos por la fuerza y no a partir de la deliberación democrática. Pues bien, tal deliberación siempre supone acuerdos: para los impacientes hay otros regímenes disponibles, solía decir Raymond Aron.

Es lo que entendió el país a contar del 5 de octubre de 1988, recordado hace días. Una fecha que nuestra izquierda continúa reivindicando en sus discursos. Pero sólo ahí, no mucho más.

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