Columna publicada en Pulso, 13.09.2017

La crisis del Sename es uno de los problemas más urgentes que tendrá que enfrentar el próximo Gobierno. Para hacerlo se requerirá convicción política, liderazgo, competencias técnicas y capacidad de generar acuerdos transversales que incluyan a los principales actores de la sociedad: empresarios, organizaciones de la sociedad civil y el Estado.

Ese trabajo deberá comenzar por generar condiciones dignas para todos los niños que son atendidos en centros del Sename, lo que exige inyectar recursos, mejorar la gestión al interior de los centros y fiscalizar a las instituciones ejecutoras.

Paralelamente, el Ejecutivo deberá tramitar con urgencia distintos proyectos de ley: unos que fortalezcan la institucionalidad a cargo de los niños, niñas y adolescentes; otros que les reconozcan derechos y establezcan mecanismos para hacer efectivo su cumplimiento; y, finalmente, algunos que favorezcan el derecho de los niños y niñas a vivir en familia, sea esta su familia biológica, una familia adoptiva o de acogida.

Todas esas medidas deben ir acompañadas de una reflexión mayor que lamentablemente ha estado ausente en la discusión pública del último tiempo. Los problemas de abandono de esos niños, así como los de violencia, deserción escolar y tantos otros, están vinculados directamente con la situación de sus familias.

De acuerdo con un estudio de la Unicef y el Sename del año 2010, el 69% de las familias de los niños atendidos en el Sename se encuentra en situación de pobreza. Y aunque los datos disponibles son imprecisos e incompletos, muestran contextos familiares en los que se concentra un alto consumo de drogas, alcoholismo, escaso nivel educacional, desempleo, antecedentes delictuales, entre otros.

Esto evidencia uno de los principales problemas del sistema de protección de la infancia: considerar a los niños como si fueran sujetos aislados y no como integrantes de un entorno familiar y comunitario.

Esta responsabilidad, sin embargo, no le cabe exclusivamente al Sename y al sistema de protección de la infancia.

Como bien señala Manfred Svensson en el libro “El derrumbe del otro modelo”, urge articular una comprensión más acabada de la importancia del lugar de la familia en la vida humana, una comprensión de cómo se relaciona con otras dimensiones de la vida y de cómo favorece el desarrollo humano en general.

Si bien la familia está lejos de nuestra reflexión política, ello no significa que como sociedad no nos importe y, de hecho, la mayoría de los chilenos considera fundamental sus propias familias.

Pero la  mayor dificultad, como bien señala Svensson, es que usualmente la reducimos a una valoración afectiva o moral (y en tal caso, hablar de familia puede ser tenido por beatería), olvidando su valoración e importancia política y social.

En este sentido, hay muchas decisiones de política pública que inciden directamente en la familia y a las que no prestamos la debida atención. Eso pasa, por ejemplo, en la asignación de viviendas sociales en el lugar de origen de la familia o en un punto alejado de la misma.

Cuando una familia debe trasladarse a otra comuna distante, si bien adquiere una vivienda, pierde vínculos fundamentales con sus redes de apoyo (abuelos, tíos, primos, etcétera), lo que se traduce en muchos casos en no poder contar con personas que cuiden de sus hijos después del colegio o cuando se enferman.

Otro problema relacionado con el anterior se refiere a la calidad de vida en ciudades inmensas y sobrepobladas como Santiago, donde se acumula el 40% de la población nacional.

En estas ciudades, las personas deben gastar muchas horas de su vida en transportarse desde su hogar al lugar de trabajo, lo que, sumado a las extensas jornadas laborales, deja muy poco tiempo para dedicarles a sus hijos y amigos, debilitando así los vínculos familiares. Nuestras ciudades, así como las jornadas de trabajo y el transporte público, requieren también de una reflexión mayor.

Acá existe un desafío de primer orden para ciertos sectores que a veces invocan a la familia en sus discursos públicos, pero sin reparar en cuáles son las condiciones que hacen posible la vida familiar.

Ver columna en Pulso