Columna publicada en Pulso, 10.08.2017

El sábado recién pasado se realizó la segunda marcha por los niños y adolescentes del Sename con el lema “Ya no están solos”. Fue una jornada pacífica y familiar, llena de colores, música y alegría. No como las que suelen hacer noticia, que generalmente van acompañadas de daños y destrozos a la propiedad pública y privada. Quizás por esta razón, muchos ni se enteraron.

Esta marcha convocó a miles de personas siendo mucho más masiva que la realizada unas semanas antes. Pero lo más notable fue la diversidad de quienes concurrieron a ella.

Recorriendo la Alameda, pude encontrarme con un grupo de machis, jóvenes de distintos movimientos universitarios, numerosas familias con niños, dirigentes de partidos políticos de derecha e izquierda, trabajadores de hogares del Sename, inmigrantes, etcétera.

Más allá del oportunismo de unos pocos, esta diversidad política, social, religiosa y étnica demuestra que la preocupación por los niños del Sename es transversal. Todo indica que este tema dejó de ser invisibilizado. Ya no es presentable ni aceptable que un candidato a la Presidencia de la República no tenga una sólida propuesta en este ámbito.

Con todo, a la hora de hablar de soluciones abundan los “el Estado tiene que”. Es innegable la responsabilidad que tiene el Estado en esta materia, tanto en reformas a la legislación, mejoras a la institucionalidad, aumento de recursos, generación de políticas públicas y en la fiscalización de instituciones que ejecutan programas del Sename. Pero las soluciones no pasan exclusivamente por él, ni tampoco por esas decenas de fundaciones que colaboran con este ejecutando programas. Todos -en mayor o menor medida- somos responsables como sociedad de esos miles de niños.

Las empresas, por un lado, pueden y deben hacerse responsables, aportando recursos a proyectos existentes y desarrollando -directamente o a través de fundaciones- proyectos deportivos, culturales y educacionales. Ellas no requieren de largos trámites burocráticos, acuerdos políticos y comisiones investigadoras, sino sólo de la voluntad y compromiso de aportar al país.

Hoy en día, ante la baja confianza y reputación, la clase empresarial tiene una tremenda oportunidad de tomarse en serio este problema y mostrarle al país que son muchos más los empresarios decentes con un verdadero compromiso por un Chile más justo, que aquellos involucrados en conductas ilegales o contrarias a la ética.

Pero no sólo el Estado, las fundaciones y las empresas tienen que hacerse cargo. El desarrollo integral de esos niños requiere de algo mucho más silencioso y humilde, pero indispensable: cariño.

En ese sentido, es evidente que el ideal es que los niños internados en hogares terminen viviendo con una familia (biológica u otra que los adopte), pero debemos advertir que siempre quedarán niños que deberán formarse y crecer en un hogar de menores hasta que cumplan los 18 años.

El domingo pasado tuve la posibilidad de visitar uno de esos hogares y celebrar con ellos el Día del Niño: jugaron, bailaron y se rieron. Al final son niños, aunque la violencia y abandono que han sufrido los haga comportarse a ratos como adultos.

Gracias a la ayuda de algunos amigos, les llevamos juguetes y dulces de regalo. Estaban felices. A fin de cuentas, qué niño no es feliz jugando y recibiendo regalos.

Al terminar la actividad, una señora que trabaja en el Sename se nos acercó y nos pidió que volviéramos a ir. Le dijimos que sí, y que conseguiríamos más recursos y juegos para otro día.

Ella nos dijo “no, simplemente vengan. Con eso basta”. Acto seguido, nos pidió que consiguiéramos más gente para que fuera al hogar Casa Nacional del Niño, donde hay niños desde cero a tres años, para que “los tomen en brazos y les vengan a dar cariño”.

Cuento todo esto simplemente como ejemplo de que, si queremos, realmente todos podemos aportar nuestro grano de arena en mejorar la vida de esos niños: Estado, fundaciones, empresas y cada uno de nosotros. Sólo así, realmente podremos decirles: niños, ya no están solos.

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